domingo, 15 de enero de 2017

Homenajes



IN MEMORIAM

Homenaje al profesor y doctor
Alberto Caturelli (1927 – 2016)
“El maestro de la metafísica realista,
interiorista y personalista” 1

En el capítulo I del Libro Primero de la Suma contra los Gentiles, Santo Tomás de Aquino enseña, siguiendo al filósofo Aristóteles, que “es propio del sabio el ordenar” y explica que “el uso corriente que, según cree el Filósofo, ha de seguirse al denominar las cosas, quiere que comúnmente se llame sabios a quienes ordenan directamente las cosas y las gobiernan bien”. Y en el mismo Libro I, capítulo II, declara Tomás que “el estudio de la sabiduría es el más perfecto, sublime, provechoso y alegre de todos los estudios humanos” y continúa luego ofreciendo las razones para cada una de dichas cualidades.

En lo personal, no traté mucho al profesor y doctor don Alberto Caturelli, nacido cerca de la ciudad de Córdoba, el 27 de noviembre de 1927, y que partiera a la Casa del Padre el pasado 4 de octubre. Debo confesar que mi conocimiento de Caturelli es más bien mediato y lo debo a la relación que mantuvo con uno de mis maestros mendocinos, el Dr. Abelardo Pithod, y también con la que actualmente es mi esposa, Silvina, aunque en los tiempos en los que estoy pensando era mi novia. De Caturelli siempre “había algo para leer” y tengo presente que el primer libro de su autoría que llegó a mis manos fue “La Iglesia Católica y las catacumbas de hoy”, cuya primera edición data de 1974. Se me había dicho que para comprender las causas y los alcances de la crisis de la Iglesia nada mejor que la lectura de ese texto. Lo leí cuando yo era jovencito y debo admitir que me costó más comprender la escritura de Caturelli que la crisis de la Iglesia. No me resultaba fácil leer a don Alberto pues exigía una tenaz atención en razón del estilo riguroso y la hondura de pensamiento.

Por lo demás, y ocasionalmente, lo recuerdo en Mendoza allá por los años 80 a propósito de unas Jornadas de Psicología, Psicopedagogía y Ciencias de la Educación que organizaba la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Católica Argentina (UCA) (Mendoza) y a las que solían invitarlo. En los 90 y por mi mujer, como dije, un poco más lo conocí pues era un ilustre profesor “itinerante” de aquella “Universidad Paralela” que fue el Instituto de Cultura Universitaria Dr. Carlos Sacheri donde impartieron clases otros notables maestros como el profesor Rubén Calderón Bouchet, el profesor Dennis Cardozo Biritos, el Dr. Enrique Díaz Araujo, el Dr. Héctor Padrón, el Dr. Abelardo Pithod, el profesor Antonio Caponnetto, el P. Ramiro Sáenz (y entiendo que habrá estado también por Mendoza el P. Alfredo Sáenz SJ). Más recientemente, y hará un poco más de diez años, tal vez, volvimos a verlo por estos lares, frecuentando estos Encuentros de Formación Católica “San Bernardo de Claraval”, siempre con su mujer Celia, participando desde el primer minuto del primer día y hasta el fin de las jornadas, y asistiendo a todas las charlas –o a casi todas– y a todas las actividades que sus fatigas le permitieran.

De Caturelli, además de su rigor intelectual, profundidad de pensamiento y lógica impecable, tengo presente algunas características personales que me sorprendían y me alegraban. En primer lugar, su inconmensurable bondad, traducida habitualmente en una sonrisa transparente y en un gesto amable; su hablar pausado y sereno, fruto, seguramente, de su aquilatada vida interior además de su proverbial alma provinciana; y, por último, y cómo no reírse un poco de eso, su recia tonada cordobesa que, en ocasiones –y hablo a título personal– distraía mi pensamiento del argumento que el maestro estaba considerando.

Retornando un poco a la cita inicial de Santo Tomás estimo que, con razón y justicia, puede predicarse del Dr. Caturelli la cualidad ordenadora del sabio y los bienes espirituales que consiguió mediante el cultivo asiduo de la sabiduría. En efecto, don Alberto ha sido un maestro por excelencia, un auténtico filósofo cristiano, en quien ambas realidades –la filosofía natural y la Revelación Cristiana‒ no solo no se contradijeron sino que alcanzaron un especial grado de esplender pues fue hombre que filosofó con sabiduría, esto es, contemplando los principios más altos a los que puede acceder la razón natural pero siempre desde la benéfica luz que provienen de la Fe y de la Revelación Cristiana. De allí que don Alberto haya encarnado de modo egregio el bello ideal propuesto por el Papa León XIII en aquel luminoso documento que fue la Encíclica Aeterni Patris de agosto del año 1879, a saber, el propósito de restaurar los estudios filosóficos a la luz de la doctrina y del método perennes del Doctor Angélico y en la tierra fértil de verdades aportadas por el Cristianismo. En este sentido, y entre los múltiples Congresos que organizó el Dr. Caturelli, cabe destacar los propósitos que animaron la realización del I Congreso Mundial de Filosofía Cristiana llevado a cabo en la provincia de Córdoba en 1979. En las palabras introductorias al volumen I, nuestro filósofo destacaba los dos fines del Congreso, “uno inmediato, la celebración del Centenario de la «Aeterni Patris» de León XIII; otro mediato, la revitalización del pensamiento católico enraizado en la verdadera tradición iberoamericana. De ahí, el temario que comienza replanteando el antiguo y siempre presente problema de la filosofía cristiana y, luego, a través de una previa crítica a las diversas formas de inmanentismo, penetra en los eternos y actuales problemas de la filosofía cristiana y del mundo contemporáneo e iberoamericano”.2 Don Alberto Caturelli echó sólidas raíces en el suelo de la filosofía cristiana, reivindicada por León XIII y confirmada posteriormente, sin solución de continuidad, por todos los Pontífices posteriores; de allí, entonces, que pueda hablarse de la filiación tomista del pensamiento de nuestro filósofo.

Parafraseando a quienes con justeza han llamado a Caturelli “maestro de la metafísica realista, interiorista y personalista”,3 supo el maestro cordobés enseñar con fuerza y lucidez el carácter contemplativo de la inteligencia y la primacía del ser sobre el pensar. El acto primero de la inteligencia es la aprehensión del ser, ya que el ser, como actus essendi, es el objeto ineludible de la inteligencia. Más aún, no existe inteligencia, y por consiguiente pensamiento, sin ese acto primero de aprehensión del esse mostrado en el ente (ens) y, por eso, desde su misma raíz ontológica, la inteligencia es contemplativa, pues su primer acto, aunque confuso, es contemplación primera u originaria del ser. Dicho acto es “contemplación inicial”, no acto posterior, no constitutivo de la inteligencia, sino manifestación primera de la misma naturaleza del pensamiento. Por eso, la acción inmanente de la inteligencia, pues permanece en sí misma, es la contemplación o teoría, y en cuanto tal se limita a descubrir y “mirar” su objeto (el ser) sin crearlo, pues toda acción inmanente no supone causalidad alguna, sobre todo la causalidad eficiente. De allí que el objeto de la contemplación inicial imperfectísima, o sea, el ser, trasciende al ente y trasciende al acto de la inteligencia; uno y otro participan del ser y, porque de él participan, por él existen y a la vez, en cuanto contingentes ‒pues ningún ente es su propio esse‒ remiten al Esse absoluto, que es Dios. Esta es la primera mostración de la normalidad de la inteligencia (…) y excluye todo “naturalismo” y todo “relativismo”, desde que, por su acto primero, postula trascendencia del esse y la invariabilidad del mismo ser o verdad analógicamente mostrado en los entes.4

Este núcleo verdadero y fundamental –agrega Caturelli– fue como el hilo conductor de todo el pensamiento humano comprendido desde los primeros filósofos griegos hasta la totalidad del pensamiento cristiano medieval. Nadie osó ponerlo en duda, no por una suerte de carencia de espíritu crítico, sino, al contrario, porque gozó la inteligencia de su propia salud natural, puesto que su naturaleza ontológica no había sido contaminada o corrompida. Hasta aquí, y en apretadísima síntesis, he tratado de esbozar la doctrina positiva sobre la metafísica natural y cristiana elaborada y enseñada por el Dr. Caturelli, respetando su ilación argumentativa y aún su propio vocabulario.

Es evidente que, como maestro ordenador, Caturelli no sólo ha enseñado la verdad sino que también ha refutado el error. Y en tal sentido nuestro filósofo ha elaborado prolijamente el principio de inmanencia y el nihilismo de nuestro tiempo al decir del Dr. Mario Caponnetto.5 El principio de inmanencia ha dado como resultado el inmanentismo del mundo moderno a partir de las premisas filosóficas puestas por el nominalismo en el declinar de la Edad Media. Es claro que del nominalismo ha seguido la formulación teológico-filosófico-política de Lutero y, un poco más adelante, emergió el cogito ergo sum de Descartes, uno de los tres grandes reformadores y padres del mundo moderno –junto a Lutero y a Rousseau– al decir de Jacques Maritain; y de allí, la radicalización del empirismo y del racionalismo que llevaron como de la mano al idealismo trascendental de Emanuel Kant y a las formulaciones últimas del idealismo absoluto alemán cuyo máximo representante fue el filósofo Jorge Guillermo Federico Hegel, “el gran corruptor del alma de Occidente”, como sin dudar lo juzga el Dr. Caturelli.6

Ahora bien, el principio de inmanencia ha maleado la naturaleza contemplativa de la inteligencia, la ha pervertido contaminando su propia naturaleza metafísica. Y esta corrupción, afirma Caturelli, tiene algo de anti-sacro; es una suerte de profanación porque contemplar es contemplor –que se compone de cum y de templum‒ indicando algo así como el acto de penetrar en el sacro templo de la verdad, que es lo que se “mira” o contempla. Por eso, el inmanentismo secularizante, que implica la reducción del intellectus a la ratio como mera autoposición activa, constituye una suerte de violación, de profanación de la naturaleza de la inteligencia.7

Y así puede decirse que, sea la razón “constructora” del objeto (constructivismo), es decir, la razón activa del pensamiento filosófico moderno que concluye en Hegel; sea aquella revolucionaria y transformadora del mundo (dialéctica) –representada por el marxismo y los neo-marxismos– es una razón perversa que ha destruido su propia naturaleza. Pero, por otra parte, añade nuestro maestro, proclamar la primacía de la praxis como en el pragmatismo norteamericano, sin pretender fundarla ontológicamente, resulta auto-destructiva de la razón y del hombre también. Puede decirse, entonces, que el mundo actual vive (o se desvive) de este inmenso sofisma que ha convertido al mundo y al “espíritu del mundo” en un absoluto.8

De esta crisis del fundamento solamente se puede salir por una profunda conmoción que toque los límites del misterio, porque la sustitución del Regnum Dei por el Regnum Hominis en el inmanentismo actual, para nuestros ojos cristianos, significa la proclamación de la autonomía del mundo; pero la autonomía del mundo es, simultáneamente, cierta absolutización del poder del ´príncipe de este mundo´, del que peca desde el principio, de quien es deicida en el Calvario y, por eso, es esencialmente homicida. No debemos olvidar, advierte Caturelli, que, aunque definitivamente vencido por Jesucristo por su pasión y por su muerte, (el homicida desde el principio) sigue reinando en este mundo sobre ´los hijos de la rebelión´, según enseña San Pablo a los Efesios.

De allí que sólo la restauración del realismo de la inteligencia contemplativa puede reinstalar al hombre en sus quicios, en su normalidad ontológica, que no es diversa de la sensatez cotidiana, de la del hombre común, según el buen decir de Gilbert K. Chesterton. El hombre cristiano que no ha cedido a la tentación de la corrupción sabe por la fe que la iniquidad ya ha sido vencida. Y recuerda Caturelli que lo sabía aquel demonio impuro de la narración del Evangelio de Marcos que gritó ante la presencia del Señor, “¿Qué hay entre ti y nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? Te conozco: tú eres el Santo de Dios” (Mc., 1, 24). En efecto, Él ha venido a ´perderlos´ y el principio mundano de la inmanencia tendrá que gritarle un día, cuando sepa que está definitivamente perdido: ¡Te conozco, tú eres el Santo de Dios! 9

Quería reproducir estas palabras del Dr. Alberto Caturelli no sólo porque expresan una verdad bella y profunda sino porque me hicieron bien a mí, personalmente. Reconozco que me conmovió esta lectura del drama del hombre moderno a la luz del Evangelio y del combate entablado entre el príncipe de este mundo y el Señor de Cielos y Tierra. El filosofar cristiano es una milicia para la que Dios bien nos dispone y si damos fruto, Dios nos poda, es decir, quita los impedimentos y nos purifica mediante tribulaciones. Quien aprende, quien piensa, quien enseña y testimonia la verdad, goza indeciblemente de la Verdad, es claro; pero también es claro que ha de padecer tentación y tendrá que sufrir. Pero todo para que permanezcamos en Él pues Cristo expresamente nos ha dicho “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en Mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada” (Jn., 15, 5).10

Estará don Alberto Caturelli caminando el Paraíso, del brazo de su querida esposa Celia, deleitándose en el gozo del Señor, en la compañía de los maestros que lo formaron y en la de aquellos amigos con quienes dio testimonio del único Maestro. Y, por qué no, tal vez, esté desgranando ahora una serena y cordobesa sonrisa de humilde agradecimiento por esta reunión de amigos que celebra tanto bien y tanta luz recibida.

Ernesto Alonso

1. Palabras leídas con ocasión del homenaje realizado al Dr. Alberto Caturelli en el XIX Encuentro de Formación Católica ´San Bernardo de Claraval´, en San Miguel (Buenos Aires), el sábado 3 de diciembre de 2016. El panel de homenaje estaba constituido, además, por el Rvdo. P. Alfredo Sáenz SJ, el Dr. Rafael Breide Obeid y el Dr. Hugo Verdera.
2. Tomo la cita de Palabras Introductorias, del Dr. Rodolfo Mendoza, texto que encabeza el volumen de las II Jornadas Nacionales de la SITA Argentina y de la Universidad FASTA, Tomismo y Existencia Cristiana, y  Simposio de homenaje a Alberto Caturelli. Mar del Plata, abril de 2001, p. 16.
3. Discurso de presentación por el profesor Eudaldo Forment con ocasión de la Solemne Investidura de Doctor Honoris Causa al Profesor Alberto Caturelli por la Universidad FASTA (Mar del Plata). En: SITA Argentina, II Jornadas Nacionales, op. cit., p. 145.
4. Caturelli, Alberto, La contaminación del pensamiento filosófico en el inmanentismo moderno y contemporáneo. En: Randle, P.H. (editor), La contaminación ambiental. OIKOS, Buenos Aires, 1979, pp. 302 y 303.
5. Caponnetto, Mario, Inmanencia e Inmanentismo. En: SITA Argentina, II Jornadas Nacionales, op. cit., p. 38 y siguientes.
6. Caturelli, Alberto, La Iglesia Católica y las catacumbas de hoy. Almena, Buenos Aires, 1974, p. 21.
7. Caturelli, Alberto, La contaminación del pensamiento filosófico en el inmanentismo moderno y contemporáneo. En: Randle, P.H. (editor), La contaminación ambiental. OIKOS, Buenos Aires, 1979, p. 309.
8. Caturelli, Alberto, op. cit., p. 310.
9. Caturelli, Alberto, op. cit., p. 312.
10. Caturelli, Alberto, Sin Mí, nada podéis hacer (Jn 15, 5), palabras con las que nuestro maestro agradeció la recepción del Doctorado Honoris Causa y que cierran el volumen de las II Jornadas Nacionales de la SITA Argentina, Tomismo y Existencia Cristiana y Simposio de homenaje a Alberto Caturelli. SITA Argentina/Universidad FASTA, Mar del Plata, 2001, p. 177.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me resulta un poco complejo comprender algunos detalles de este recuerdo de Caturelli, al que sentí nombrar en casa de unos amigos cordobeses, no obstante da para reflexionar. Por otro lado la afirmación "Dios nos poda, es decir, quita los impedimentos y nos purifica mediante tribulaciones." me parece muy peligrosa y mas concreta que toda la "memoria"
PACO LALANDA

Anónimo dijo...

ES EXTRAÑO que el eminente filósofo fuera DEVOTÍSIMO de Paulo VI de INFELIZ MEMORIA.

¿Qué le vió desde su filosofía? ¿Tenía 2 naturalezas?

Esperamos una exégesis de tamaño MISTERIO.