miércoles, 27 de febrero de 2013

Editorial del Nº 101

LAS FALSAS BATALLAS


Si algo han probado los hechos —y nosotros procurando ser dóciles a la realidad de los mismos— es que este gobierno es funcional y servicial a dos enemigos históricos: el poder sionista y la inteligencia británica. Para que no se nos confunda, diremos que no ceñimos el primero a una cuestión política ni mucho menos racial, sino a un hondo drama teológico que arrastra siglos y cuya esencia consiste en el odio implacable a Jesucristo. Asimismo, la britanidad tenida aquí por adversaria, no toma sus fundamentos en razones costumbristas o folclóricas, sino en la sistemática estrategia inglesa de quedarse con lo nuestro, Malvinas por delante.


Quien quiera tener alguna demostración de la servidumbre al sionismo, puede consultar la insospechada obra de Fabián Spollansky, titulada “La mafia judía en la Argentina”, editada por el autor en 2008. A su vez, quien quiera tener el testimonio de la ruin coincidencia entre el discurso oficial y las argumentaciones inglesas para justificar su despojo sureño, tras la derrota de 1982, puede adentrarse en los mensajes de la Wilhelm, que hemos sintetizado en el editorial de nuestro número noventa y cuatro, sugestivamente designado La fregona de Buckingham.


Así las cosas —sobre las cuales, quede constancia, hemos abundado en detalles en la última década— nada más descabellado que suponer al kirchnerismo en una ofensiva antijudaica, o en una cruzada para la reconquista del Atlántico Sur. Como en tantísimos otros acontecimientos, larga es la distancia que separa lo tangible de lo relatado, lo real de lo ficcional, lo que sucede de los sucedidos. Decimos esto porque la confusión al respecto es tan vasta cuanto espantosa; alimentada, ya no por las patrañas circenses de los gobernantes, sino por la neurosis liberal de la presunta oposición, según la cual estaríamos ante una amenaza nacionalista.  Nada menos.

Para que los acuerdos con Irán a efectos de hallar la verdad sobre los atentados terroristas contra blancos israelíes llevaran veramente el signo incuestionable de la recta doctrina y del obrar coherente, el Gobierno debería, por lo pronto, desenmascarar pública y enfáticamente a toda la dirigencia hebrea vernácula, que se ha negado de manera sistemática a considerar la hipótesis de la responsabilidad judaica en dichos atentados.


Quien haya leído —con las prevenciones del caso— la obra de Norberto Ceresole, “La falsificación de la realidad”, además de las discrepancias con muchos de sus criterios filosófico-políticos, podrá concluir en que no faltan razones para sostener lo que el autor subtitula: la Argentina está en el espacio geopolítico del terrorismo judío. Pero el Gobierno no hace ni hará esto; no sólo porque mantiene fluidos y fructíferos lazos con aquellos lobbys hebreos, sino porque —como ha quedado dicho por boca de la misma presidenta— considera que aquellos titulares del Kahal son “hombres de honor”. La llamada “Comisión de la Verdad” con Irán tiene un pequeño obstáculo a priori, y es que los comisionados kirchneristas son una banda de mentirosos. Del otro lado, seamos justos, tampoco es seguro que se alinearán de continuo los custodios del Octavo Mandamiento.


A su vez, para que cuanto se dijera e hiciera alrededor de Malvinas tuviera el efecto soberano deseable, el oficialismo debería empezar por prohibir su representación diplomática en la figura del señor Timerman, perito en patanerías, experto en ridiculeces, ducho en taradez supina y diestro en servilismos múltiples a sus amos ancestrales.


Si la oposición quiere ir a protestar al Museo del Holocausto, que vaya.  Le abrirán las puertas funcionarios y empleados del Gobierno. Si quiere desenmascarar chauvinismos o patrioterismos, que revise el nacional y popular twitter de Mrs. Elizabet, plagado de barbarismos in english.


La verdad sobre los atentados terroristas —sean los que causaron víctimas en la comunidad judía local o los perpetrados por la guerrilla marxista— no quedará dilucidada mientras sea poder este amontonamiento de carnes cristinistas, integrado por celosos custodios y continuadores de los asesinatos erpianos y montoneros. Tampoco la verdad sobre Malvinas, que no es otra más que su restitución de hecho al suelo argentino. Porque para ello, deberá cumplirse primero la esperanzadora plegaria de Martín Fierro: que venga un criollo a mandar en estas tierras.


Antonio Caponnetto


martes, 26 de febrero de 2013

Mirando pasar los hechos

OSCUROCLARO

Comenta “La Nación” (19.2.13) que el canciller criollo se ha enojado con Israel, a raíz de ciertas diferencias por los acuerdos con Irán. Y dijo con todas las letras: “¿Tengo que ca…  a los de AMIA porque supuestamente tenga una deuda con Israel?”. Por obvios recaudos  higiénicos, los puntos suspensivos cercenan las letras referentes a la exoneración intestinal del diplomático. Pero la declaración, a más de demostrar su  completa  asimilación  a los estratos albañales, llama a reflexiones serias. Es curioso este enfrentamiento interior —por varios lados— relativizando el comentario campestre que “entre bueyes no hay cornadas”. Algo contradicho en el debate sobre las explosiones de la AMIA y la Embajada de Israel. A la vez recordando la enseñanza romana: que “res inter alios acta aliis neque prodesse neque nocere potest”. Vale decir —abreviado el latinajo— simplemente no meterse en las cosas de otros.

Pero todo el barullo armado por las tratativas con Irán generadoras de enfrentamientos inusitados, nos toca de cerca agregando mayor oscuridad sobre acontecimientos ya muy confusos desde el primer instante. Por lo que, en lo concerniente, conviene ahora recurrir a la espada de Damocles, extrayendo las mejores enseñanzas del archivo. Y aquí van algunos:

 “La Nación” - 22.07. 1999. “Los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA han sido politizados; son manipulados por algunos grupos para fines extraños a su valoración”. “… grupos, claramente identificables por sus tácticas, sus slogans y sus animadores y su apoyatura, explotan esos atentados para ajustar cuentas políticas...” ...Han incorporado a su agitación a "los familiares" (un par de decenas sobre casi un millar), cuya natural aflicción y pena son expuestas  como pantalla para legitimar su accionar”.... “La dirigencia comunitaria debe esquivar el chantaje y la confusión”.  Fdo.: Dr. Pablo Bercovich. Abogado  Ex vicepresidente de la DAIA en dos períodos.

“La Nación” – 26.10. 06. “El peligro de jugar con fuego”. “Cuando se trata de una causa como la de la AMIA, plagada de mentiras, operaciones periodísticas, falsos esclarecimientos y enormes déficit de pruebas, la cautela debería extremarse. Y más en este caso cuando del dictamen no sólo no surge nada novedoso en cuanto a la posible trama del atentado, y se insiste en dar por probadas hipótesis que no lo están, como la de Ibrahim Hussein Berro como eventual conductor suicida” (de la traffic-bomba)… A Estados Unidos e Israel -enfrentados con Irán- el dictamen les es funcional. Y la Argentina, si pide las capturas que Nisman promueve hará “algo bastante parecido a una declaración de guerra” (sic).

“Página 12” - 23.9.07.  El señor Horacio Verbitsky  —presidente del CELS— alerta sobre el peligro de que el conflicto con Irán por la voladura de la AMIA, sea utilizado por EEUU como “casus belli” para iniciar el ataque a aquel país; acaso con armas nucleares. De paso descalificando como “endeble” al dictamen fiscal “acordado entre organismos de inteligencia de Estados Unidos y de la Argentina”. Denunció además, que la agudización del entredicho contra Irán, responde a exigencias de una lobbysta española del gobierno israelí y a las organizaciones comunitarias judías de Buenos Aires.

En conclusión: Acábese de una vez con el embrollo, sin metáforas cloacales y en todo caso —como lo ha insinuado el fastidio oficial— apuntando hacia el lado correcto.

Casimiro Conasco
Febrero de 2013

lunes, 25 de febrero de 2013

De pluma ajena


¡NÉSTOR VIVE!
  
Hoy sería el cumpleaños de este personaje nefasto…
¡Néstor vive!
 
En cada coima, Néstor vive…

En cada peso robado, Néstor vive…

En cada persona que muere de hambre en el norte, Néstor vive...

En cada corte de calle, Néstor vive…

En cada cuenta bancaria y patrimonio de Bonafini,
Schoklender Jaime y Cristina, Néstor vive…

En cada valor perdido en la sociedad, Néstor Vive…

En cada canal nuevo oficialista que aparece por semana
bancado con fondos públicos, Néstor vive…

En cada casa usurpada, Néstor vive…

En cada periodista u opositor escrachado,
descontextualizado y agredido, Néstor Vive…

En cada frontera sin radares antinarcos, Néstor vive…

En cada Ley perversa anticonstitucional aprobada
sin debates profundos y por intereses, Néstor vive…

En cada delincuente/narco/secuestrador/asesino suelto
y trabajadores encerrados, Néstor vive…

En cada vídeo en donde Néstor aparece reivindicando a Menem
y su modelo de los años noventa, Néstor Vive…

En cada familia a la que no le alcanza el sueldo
por la inflación, Néstor vive…

En cada división entre parientes, amigos
o conocidos argentinos, Néstor Vive…

En cada versión sesgada
sobre los derechos humanos, Néstor vive…

En cada Telegrama electoral adulterado
y fraude a punta de plan y apriete, Néstor vive…

En cada cambio de dádivas por votos, Néstor vive…

En cada proyecto perteneciente a la oposición robado
y adjudicado luego por el oficialismo, Néstor Vive…

En todos estos años de despilfarro y vaciado final
al Banco Central y a la ANSES, Néstor Vive…

domingo, 24 de febrero de 2013

Sermones de Cuaresma

SEGUNDO DOMINGO
DE CUARESMA


Tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la nieve. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él.
Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle.
Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: Levantaos, no tengáis miedo.
Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.


El Evangelio de hoy dice: Y mientras oraba, se transfiguró... Jesús, delante de sus discípulos, se metamorfoseó, dice el texto griego; no que su cuerpo se cambiara por otro cuerpo, sino que, conservando su figura y su indumentaria las mismas líneas, todo apareció en él brillante y luminoso.

Enseña San Jerónimo: El Señor apareció a los apóstoles como estará en el día del juicio. No se crea que el Señor dejó su aspecto y forma verdadera, o la realidad de su cuerpo, y que tomó un cuerpo espiritual. El mismo evangelista nos dice cómo se verificó esta transfiguración en estas palabras: "Resplandeció su rostro como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve"; estas palabras nos manifiestan que su rostro resplandecía y que sus vestiduras eran blancas. No hay cambio, pues, en la substancia, el brillo es lo que había cambiado. El Señor efectivamente se transformó en aquella gloria, con que vendrá después a su Reino.

Dos detalles nos dan los tres sinópticos de este fenómeno:

Uno relativo al rostro del Señor: Y resplandeció su rostro como el sol; es éste lo más brillante que hay para el hombre en esta creación: La figura de su rostro se hizo otra, por la gloria maravillosa que en él resplandecía.

Otro detalle se refiere a los vestidos de Jesús: Y sus vestiduras tornáronse resplandecientes y en extremo blancas como la nieve; tampoco hay blancura como la de la nieve. El segundo Evangelista tiene para expresarlo una frase altamente ponderativa: Cuales ningún batanero de la tierra podría blanquearlas.

Debemos comprender que Dios es, en las cosas espirituales, lo que el sol en las cosas sensibles. Así como el sol, que es la fuente de la luz, no puede ser visto fácilmente, mientras que la luz, derramada sobre la tierra, puede contemplarse, así el semblante de Cristo es deslumbrador como el sol, mientras que sus vestidos son blancos como la nieve. Por lo cual dice "Y sus vestidos se tornaron blancos"; esto es, por la participación de la luz eterna.

Todo ello es el símbolo de la majestad divina de Jesús: su alma santísima, hipostáticamente unida al Verbo, gozaba de la visión bienaventurada de la divinidad; el efecto connatural de esta visión es la gloria del cuerpo, que Jesús cohibió durante su vida mortal; pero ahora la deja como rezumar algo a través de su cuerpo, que por ello aparece unos momentos transfigurado.

Quien dice luz, no puede dejar de pensar en las tinieblas, ni evocar el combate entre ellas.

Las primeras páginas del Génesis nos hacen reflexionar:

En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era caos y confusión, y tinieblas cubrían la faz del abismo, mas el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: Haya luz, y hubo luz. Vio Dios que la luz era buena, y separó Dios la luz de las tinieblas; y llamó Dios a la luz día, y a las tinieblas las llamó noche.

Dijo Dios: Haya luceros en el firmamento celeste, que separen el día de la noche, y valgan de señales para estaciones, días y años; y sirvan de lumbreras en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra. Y así fue. Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para presidir el día, y el lucero pequeño para presidir la noche, y las estrellas; y púsolos Dios en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra, y para dominar en el día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas; y vio Dios que estaba bien.

Y el Profeta Isaías exclamará: ¡Ay, de los que al mal llaman bien, y al bien mal; que ponen tinieblas por luz, y luz por tinieblas!

No nos hemos alejado de nuestro propósito, porque San Juan dice que Dios es Luz, y que en Él no hay tiniebla alguna.

Y describiendo al Verbo de Dios señala: En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron.

Comentando este pasaje, San Juan Crisóstomo expresa: La palabra vida en este caso, no se refiere a aquella que hemos recibido por la creación, sino a aquella perpetua e inmortal, que se nos prepara por la providencia de Dios. A la llegada de esta vida queda destruido el imperio de la muerte y, brillando para nosotros una luz esplendorosa, no volveremos a ver las tinieblas. Porque esta vida subsistirá siempre, no pudiendo vencerla la muerte ni obscurecerla las tinieblas. Por lo que sigue: "Y la luz brilla en las tinieblas". Llama tinieblas a la muerte y al error, porque la luz sensible no brilla en las tinieblas, sino sin ellas. Pero la predicación de Jesucristo brilló en medio del error reinante y le hizo desaparecer, y Jesucristo muerto cambió la muerte en vida, venciéndola de modo que redimió a los que eran sus cautivos. Y como ni la muerte ni el error vencieron a esta predicación que brilla por todas partes y con su propia fuerza, añade: "Mas las tinieblas no la comprendieron".

Recordemos que, desde toda eternidad, en el Verbo estaba la vida; porque, en cuanto Dios, es vida esencial, santísima, igual a la del Padre: como el Padre la tiene de sí mismo, sin depender de nadie, así también el Hijo.

Debemos profunda adoración a la infinita grandeza del Verbo de Dios. Por Él se hizo todo lo del mundo visible e invisible.

Esta luz estupenda de la creación, de verdad, de belleza, de orden, de leyes, en el orden natural; y esta otra luz, más brillante aun, de la verdad revelada y de la vida divina en las criaturas, no es más que resplandor de la luz substancial del Verbo de Dios, que es el Hijo de Dios.

Y el Hijo de Dios es Jesús, Verbo de Dios hecho hombre. A través de su Humanidad santísima debemos remontarnos a las alturas de Dios, rindiéndole adoraciones por el poder, sabiduría y amor que ha manifestado en la creación de todas las cosas, y en nombre y como en representación de todas ellas, que por nosotros deben adorar al Dios que para nosotros las hizo.

Y la vida del Verbo era la luz de los hombres, porque el Verbo de Dios, que es Luz esencial, porque es la Inteligencia de Dios, y la inteligencia es luz, comunicando a los hombres una participación de su vida, ilumina su inteligencia y les hace nacer a la vida de Dios, infundiéndoles un principio de vida sobrenatural.

¡Admirable esbozo del origen y esencia de la vida sobrenatural del hombre!

El Verbo, que es la Inteligencia de Dios, se comunica por la fe —que es una participación de su Luz— a la inteligencia del hombre, y por aquí empiezan las maravillas de la vida de gracia y de gloria, que es vida verdaderamente divina.

La vida era la luz de los hombres... La vida del Verbo es nuestra luz; no esta luz visible que ilumina los ojos de nuestro cuerpo, sino la luz de la inteligencia que ilumina nuestro espíritu.

Por ella somos hombres y nos distinguimos de toda la creación visible y somos superiores a toda ella.

El Verbo de Dios, dicen los teólogos, es el Rostro de Dios, porque es manifestación eterna de su naturaleza. ¡Cuántas gracias debemos dar a Dios de haber impreso en nosotros, según expresión del Salmista, la luz de su rostro, que es vida en el Verbo de Dios!

Pero sobre esta luz intelectual de orden natural nos ha dado Dios la luz sobrenatural de la fe, que es una participación de la luz del Verbo según su misma naturaleza, no una simple similitud de ella. La fe nos hace partícipes de la misma vida de Dios en el orden intelectual, y, si ajustamos a ella toda la vida, vivimos vida de Dios y viviremos de ella por toda la eternidad.

Pondérense, en función de esta vida divina, frases como éstas: Yo soy el pan de la vida...; Vivo yo, mas no yo, sino que vive Cristo en mí..., y otras muchas de que están llenos los escritos apostólicos.

Toda la vida cristiana, en su iniciación por la fe y en su consumación por la gloria, viene por el conocimiento sobrenatural de Dios, y éste viene por el Verbo de Dios: Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, solo Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo...

Y la luz, esta luz de los hombres, que es la vida del Verbo, brilla en las tinieblas... Es luz intensísima indeficiente, que ilumina la más cerrada obscuridad, disipándola, cuando se deja penetrar de ella.

Las tinieblas son los hombres que por su incredulidad y sus pecados no se dejan iluminar por la luz del Verbo. Pero las tinieblas no recibieron esta luz del Verbo; no quisieron embeberse de ella los hombres malos; cerraron los ojos de su espíritu, que no absorbió la luz que los envolvía.

El Verbo hecho hombre es desconocido de los hombres...

Las tinieblas no la recibieron... Tenemos obligación primordial, como hombres y como cristianos, de recibir, y no rechazar, la luz del Verbo. Es la luz de Dios que viene para iluminarnos a todos y para iluminarnos totalmente de claridad divina.

Sólo es iluminado el hombre por el lado de donde recibe la luz de Dios; porque de nosotros no tenemos más que tinieblas. Y luz del Verbo de Dios son los dictámenes de la recta razón, las prescripciones de las leyes justas, en todo orden, las verdades de la fe y especialmente las enseñanzas y direcciones de la Iglesia, depositaria de la luz que trajo al mundo el Verbo de Dios.

Explica San Agustín: Y cuando dice: "Ilumina a todo hombre", debemos entender que no es que alguno de entre los hombres no sea iluminado, sino que ninguno es iluminado sino por Él.

Y completa San Juan Crisóstomo: Pero si ilumina a todo hombre que viene a este mundo, ¿cómo es que tantos existen sin participar de esta luz? Porque no todos han conocido el modo de adorar a Jesucristo. Ilumina, pues, a todos en cuanto de Él depende. Pero si algunos, cerrando los ojos de su inteligencia, no quisieron recibir los rayos de su luz, no puede decirse que ellos viven en tinieblas por la naturaleza de la luz, sino por su propia malicia, queriendo privarse a sí mismos del don de la gracia. La gracia se difunde sobre todos y los que no quieren disfrutar de esta gracia deben imputarse a sí mismos su propia ceguera.

Debemos, pues, entrar en los caminos de esta luz, para entrar en las sendas de Dios y ser dignos de ser hechos hijos de Dios; y, si lo somos ya por la gracia, serlo más aún, porque la imagen de Dios se graba tanto más profundamente en nuestra alma cuanto más absorbemos la luz de Dios: luz de verdad, luz de ley, luz de imitación de Cristo-Luz, en Él y en los Santos que la han recibido de Él.

Y pidamos a Dios, con la Santa Iglesia, que en tal forma absorbamos y aprehendamos esta luz, que podamos ser llamados hijos de la luz y luz en el Señor, para que eternamente nos ilumine y nos haga dichosos la luz perpetua de Dios: Lux æterna luceat eis...

viernes, 22 de febrero de 2013

Aviso

YA SALE “CABILDO”





POR LA NACIÓN CONTRA EL CAOS

Se ruega difundir
   

domingo, 17 de febrero de 2013

Eclesiales


ANTE UNA RENUNCIA
QUE NOS DUELE
  
  
El riesgo de lo demasiado humano
  
Si en la historia de la Iglesia han existido casos de pontífices abdicantes -algunos de ellos, incluso, formalmente elevados a los altares, sin que la tal dimisión, al parecer, resultara obstáculo-; y si el mismo Derecho Canónico prevé la posibilidad de tan excepcional resolución, lo primero que con cierta simplicidad podría decirse es que la Iglesia seguirá su curso bajo un nuevo Papa, próximo a elegirse; y que nosotros, los fieles de a pie, continuaremos aportando lo nuestro hasta que Dios nos llame. No habría lugar para la aflicción o el enojo.
  
Pero no estamos seguros de que corresponda tanta simpleza de análisis. Por lo pronto, por el texto mismo en que Benedicto explica su actitud. Nos duele como propio el abatimiento que confiesa. Sangra nuestra misma herida al saberlo preso de la infirmitas. Desvélanos el mismo insomnio ante la encrucijada y la peripecia, y nos admira que aún así, ofrezca sus últimas fuerzas para servir a la Iglesia con la oración y la clausura. Pero todo esto es demasiado humano, y si se nos permite la franqueza, podría resultar más cálculo que pálpito, más desconfianza en la fragilidad de los años que abandono confiado a la Divina Providencia. Tal vez, incluso, podría resultar demasiado común y corriente para tratarse del Vicario de Cristo. O excesivamente ordinario para quien sabe que la silla petrina antes tiene la forma de una cruz testa al piso que la de una mecedora. Importa nada lo que piense el mundo, pero importa todo no pensar u obrar como el mundo.
   
Acaso por esta distinción que enunciamos se explique que dos voceros de la nadería progresista pudieron traducir a términos inequívocamente modernos y mundanos cuanto ocurre. Mejía, hablando de stress; y Bergoglio celebrando el “gesto revolucionario”, ante quienes, hasta ahora, lo acusaban de conservador a Benedicto XVI. Si el uno psicologiza y el otro ideologiza lo sucedido, no es únicamente por las sendas y burdas deformaciones doctrinales que padecen, sino por la naturaleza misma del hecho que, como decimos, trasunta una cierta perspectiva demasiado humana. Es un trono bendito el que se está abandonando. No puede ser considerado como una jubilación por invalidez. Tampoco como quien declara clausa una oficina el último día hábil de mes, en el horario de cierre, tras una despedida con aplausos y emociones a granel.
  
  
Extraños encomios a la debilidad
  
El segundo factor que conspira contra la llaneza del análisis es la larga serie de conjeturas que se han echado al ruedo, sin que puedan ser sofrenadas con alguna prueba contundente en sentido contrario.Diríase que a dos campos se acomodan las tales hipótesis.
  
En uno surge la inevitable posibilidad de una oscura maquinación palaciega que haya forzado la dimisión. Sobran las razones para pensarlo, pues en todos estos años los sectores progresistas no han hecho otra cosa más que pedirle al Papa la caducidad de su mandato. El tenebroso manifiesto de Hans Küng y los suyos, lanzado formalmente hacia el 2010, ha visto sus cláusulas cumplidas con esta penosa noticia anunciada en la festividad de la Virgen de Lourdes. ¿Era inevitable entregarles tamaño trofeo al coro enorme de tránsfugas que no cesan de festejar lo acontecido? ¿No había, no hay, entre la grey y los egregios, fuerzas suficientes para evitar el atropello? ¿No se supone, por sobre todo, que el heredero de Cefas, el fiel y rudo Pescador de Galilea, debe conducir la Barca tanto más cuanto las tempestades del mundo lo sacuden “por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe”, como reza el mismo y doliente texto del desistimiento?
  
¿Coopera a contrarrestar este “eclipse del sentido de lo sagrado”, y estas divisiones “que desfiguran el rostro de la Iglesia y ponen en peligro su unidad”, males ambos de los que habló el pasado Miércoles de Ceniza, el que se presente el mismo Santo Padre eclipsado o doblegado por los achaques de un tiempo convulso y de una ancianidad avanzada? ¿Guarda congruencia tamaño reconocimiento, con lo dicho dos años atrás a Peter Seewald, cuando desde las páginas de la obra Luz del mundo sostuvo que "no se puede escapar en el momento de peligro y decir: que se ocupe otro? ¿Hay acaso peligro mayor que constatar el eclipse del sentido de lo sagrado?
  
Se equivocan quienes deifican al Papa -quienquiera sea- o quienes lo suponen nimbado de los atributos de los antiguos titanes. Se equivocan además quienes lo conciben al modo de un soberano hiératico, cuyo ánimo sería tan inconmovible y rígido como ciertos barrocos oropeles. Y rechazo grande sentimos por cuantos reclaman duro calvario al Pontífice desde el carnaval en que habitan. Los corajudos en pellejo ajeno nunca sirvieron de mucho. Pero vaya si yerran cuantos lo pretenden o justifican como al uomo qualunque, desvinculando su persona, necesariamente frágil, al igual que la de todos nosotros, de la misión que le cabe, necesariamente férrea y acerada, como la de ninguno de nosotros. Por algo decía el monje San Norberto de Magdeburgo, que “la silla de Pedro exige la conducta de Pedro”. El Papa no tiene dos naturalezas, como Aquél de quien es vicario. Pero tal vicaría, libremente aceptada, lo obliga al heroísmo. Al heroísmo cristiano, entiéndase; no al del Olimpo o el Walhalla. A un heroísmo que no busca el protagonismo o el resplandor personal, pero sí el de la Divina Persona, cuyos nudos le tocó atar y desatar en la tierra. No somos niños para ilusionarnos con  un pontífice repartiendo tiarazos al galope. Pero dado que no la calma sino la tempestad arrecia -intensa y dañina, como pocas veces- tampoco puede ser lo más aconsejable andar desmontando la cabalgadura.
  
Desconcierta un poco, en consecuencia, este elogio de la debilidad o de la rendición que algunos plantean. No nos resulta posible imaginar a un Cristo que se pone tres caídas como plazo máximo para subir al Gólgota. Y si amamos estremecidos aquellas desplomaduras gloriosas, es porque de todas ellas, el Caído, recuperó la vertical del cielo. Ha sido el Padre Diego de Jesús, en su notable libro Mito, plegaria y misterio, el que nos recordó un texto de Lewis, según el cual, “Dios es más que un dios; no menos”. Y comentándolo acota: “el majestuoso Logos eterno, al ingresar a nuestro opaco mundo fáctico, lo hace sin dejar colgada su divinidad en el perchero del zaguán trinitario”. Los intérpretes de esta renuncia petrina como el triunfo de la relativización del Pontificado, de la kénosis del vicario para que sólo quede la guía de Jesús, parecería que quieren dejar colgada la irrepetible y singularísima y exigente majestad de la vicaría en algún perchero sin brillo de los despachos vaticanos.
  
  
Lo estratégico por encima de lo sobrenatural
  
En el otro campo se mueven las conjeturas de quienes ven tras la renuncia una cuidada  estrategia  ajedrecística para asegurar la continuidad de “la misma línea”, pero en manos de un joven y vigoroso timonel. Estamos escuchando demasiado esta especie, con tanto desagrado como la de los apologistas de la responsabilidad petrina reducida no más que a la de ese hombre que cruza la calle, del que hablara Merleau Ponty.
  
Haría falta la capacidad y la ciencia de Malachi Martin para descifrar esta segunda clave de la renuncia pontificia. Y aunque las novelas del célebre irlandés poseen entramados auténticos y veraces, aquí la crasa realidad sobrepuja cualquier legítima figura literaria. A fe nuestra hemos de sostener que no vemos en la personalidad del Papa Benedicto XVI ningún rasgo dominante que lo acerque al perfil de un diestro maniobrador de poderes. Antes bien, sus fragilidades y defectos, con repercusiones incluso en el delicado terreno de la integridad doctrinal, más resultan ser la consecuencia de una inhabilidad para el gobierno, que de una destreza para hacerse continuar. Se lo ve tan honorablemente ajeno a la problemática del poder, diría Guardini, como puede estarlo un hombre de contemplación y de seriedad en el estudio.
  
Pero aún así, y si fuera cierta esta maniobra sucesoria tramada con un puñado de seguidores,el Santo Padre no puede ignorar que su retiro desata entonces algunos de los demonios de la democratización de la Iglesia, convirtiendo un sitial tradicionalmente monárquico en un puesto sujeto al voto arreglado. Una especie de fraude patriótico, reemplazando los atrios de Balvanera o Pompeya por los corrillos de Roma, de donde nunca se dijo que el humo de Satán se retirara. No queremos que suba Pío XIII por haber ganado las internas, tras estudiada táctica de Ratzinger. Queremos que el Espíritu Santo impere, sane, salve y vivifique.
  
Algunos entendidos, que no es nuestro caso,han hecho notar que uno es el poder del orden y otro el poder de jurisdicción; y que si el ordinis potestas fuera indeleble, y por tanto inabdicable, como todo lo indica, tendríamos, tras el próximo cónclave, el caso potencialmente anómalo de un doble pontificado virtual. Si el sucesor de Benedicto lo hereda espiritualmente, será una cosa. Si lo contraría, la bicefalidad se hará notoria, siquiera por tácito contraste. Otra vez los interrogantes nos asaltan: ¿Era necesario, en medio de tamaña crisis eclesial, como pocas veces grave y confusa, someter a la Esposa y a sus hijos a tamaño estremecimiento? ¿O es que el verdadero nombre de la crisis -y ahora se nos revela- es el estremecimiento de la Esposa, que no puede evitar siquiera su Pastor Universal? ¿O es que el otro nombre de la crisis, no menos intranquilizante, es que, a fuer de habituamiento, los bautizados crean que ella no existe y que sólo es un exageración de algunos tradicionalistas?
  
  
No ha dicho aún las últimas palabras
  
Conocido y útil es el principio que nos dice: interius non iudicat Ecclesia. Nadie sino Dios puede saber y pesar con justicia lo que acontece en el alma atribulada del Cardenal Ratzinger. Que se bajó de la Cruz, no podría decirse sin liviandad manifiesta. Su cuerpo y su alma, hace largo tiempo, que semejan la convexidad y la concavidad del Leño. Pero que la llevó hasta el final, tampoco podríamos decirlo; entre otras cosas, porque aún no ha sucedido ese final.
  
En efecto, mientras trazamos estas líneas, el Papa sigue hablando como tal; y parece querer decirnos cosas que antes no había dicho. El 14 de febrero, en el Aula Paulo VI, improvisó una jugosísima charla ante el clero de Roma, cuyo núcleo central fue el Concilio Vaticano II. Daría la misma para un análisis aparte, si estuviéramos en condiciones de hacerlo. Porque, por un lado, describió y ratificó su entusiasmo puesto desde el principio en aquella discutida asamblea. Entusiasmo provocado por objetables razones, digamos de paso. Por otro, desenmascaró valientemente la  maniobra periodística iniciada conjuntamente con el Concilio para desnaturalizarlo y tergiversarlo, hasta el punto de que el Concilio virtual era más fuerte que el Concilio real”. Pero a modo de corolario, selló sus palabras diciendo: Me parece que después de cincuenta años, vemos cómo este Concilio virtual se rompe, se pierde y aparece el Concilio auténtico, con toda su fuerza espiritual”.
  
Es difícil ver los bienes que se han seguido de esta supuesta irrupción del Concilio auténtico, cuando es el mismo Papa el que se despide retratando con agobio que la la cizaña ocupa mayor lugar que el trigo dentro de la Iglesia. Y cuando con una lucidez llamativa reconoce ésto, que no debemos perder de vista como objeto de reflexión: “En retrospectiva, creo que fue muy bueno comenzar por la liturgia [en el Concilio]. Así se mostraba la primacía de Dios, la primacía de la adoración [...]. Luego estaban los principios: la inteligibilidad, para no estar encerrados en un idioma que no se conoce y no se habla; y la participación activa. Por desgracia, estos principios a veces se malinterpretaron. La inteligibilidad no quiere decir trivialidad, ya que los grandes textos de la liturgia -aún cuando estén, gracias a Dios, en la lengua materna- no son fácilmente inteligibles; necesitan una formación permanente del cristiano para que crezca y entre más profundamente en el misterio, y así pueda entender”.
  
Si el sucesor recoge este breve programa: no al falso participacionismo litúrgico y a la trivialización de la inteligibilidad mistérica, no será en balde su legado. Pero si esto se pensó desde siempre, ¿por qué no se fue más categórico para impedir el conjunto de “calamidades, problemas y miserias”, como llama el mismo Santo Padre en su coloquio, a los efectos de ese predominio del “Concilio virtual”? ¿Por qué no se tiene en cuenta la posibilidad de que tales males no hayan sido sólo ni principalmente causados por los medios distorsionadores, sino por algunos de los mismos padres conciliares y del apartamiento de la ortodoxia?
  
  
Te acordarás del Viento ingobernable
  
Lo que juzgamos aquí, con amor filial y respeto de súbditos, son hechos; tomando la palabra juicio, principalmente en su acepción lógica. Y ese enjuiciamiento lógico de lo que sucede nos embarga de inquietud y de perplejidad.  Hubiéramos anhelado que ciertos y valiosos pasos que se dieron bajo el pontificado de Benedicto XVI para hacer respetar la Tradición, hubieran sido completados y conducidos a su plenitud. Hubiéramos deseado, simétricamente, que aquellos otros pasos vacilantes o erráticos o desencaminados, se revirtieran definitivamente. Sobre todo, porque no fueron leves esos pasos torcidos, y un fruto al menos de los mismos hoy se torna patente.  Pues es muy raro que la renuncia de un Papa sea más llorada en el Estado de Israel que entre el clero católico. Ahora sólo queda confiar en el Paráclito. Confiar y rezar intensamente; y pedir perdón por nuestros pecados, sin excluir el que podría constituir el no haber hecho lo suficiente para que las fuerzas del Pontífice no llegaran a esta extenuación.
  
A falta de mejores acentos, golpeados por la tristeza doblemente cuaresmal del momento, nos alimenta en algo la esperanza, el canto dedicado a Pedro del inolvidable fraile Antonio Vallejo:
  
 “No siempre navegaba
según su arbitrio: alguna vez, un viento
de incierto origen y de humor venático,
lo arrastró a imprevisible derrotero [...].

Siendo viejo,
a punto, ya, de coronar la suma
autoridad con el honor supremo,
se acordará del Viento ingobernable [...].

Lo sentirá cimbrar; y oirá un revuelo
de águilas y de togas; y la infame
algazara del circo. En el recuerdo
adorable, también oirá, concreta,
clara, la obscura frase del Maestro:

-En verdad, en verdad te digo,Cefas:
cuando más joven, eras tú muy dueño
de ceñirte y de andar por dondequiera;
extenderás, un día, siendo viejo,
tu diestra y tu siniestra;
y otro, no tú, te habrá ceñido y puesto
donde tú no quisieras.

Dios le dé a Benedicto, “siendo viejo”, y a su sucesor, siendo quien fuere, la gracia de no desertar del Viento, ni del Duc in altum, ni de la pesca milagrosa. La gracia de no ser dueño de “andar por donde quiera”, sino de preferir la diestra y la siniestra ceñidas al Madero, para salvar con sangre el honor de la Verdad.

Antonio Caponnetto