domingo, 22 de enero de 2012

In memoriam

LA MEDIANERA UNIVERSAL
DE TODAS LAS GRACIAS
 
  
En agosto de 1996, con oportunidad de celebrarse en Czestochowa, Polonia, el XIIº Congreso Mariológico Internacional, la Santa Sede pidió que se “…estudiara la posibilidad y la oportunidad de la definición de los títulos marianos de «Mediadora», «Corredentora» y «Abogada», como  actualmente solicitan a la misma Santa Sede algunos grupos…” (cfr. “L’Osservatore Romano”, nº 24, 13 de junio de 1997, pág. 12).  A tal fin se le constituyó una “Comisión Teológica”, “…escogiendo 15 teólogos específicamente preparados en la materia…” (ibid.)  que, en definitiva, llegó a las siguientes conclusiones: “Los títulos, tal como son propuestos, resultan ambiguos, ya que pueden entenderse de maneras muy distintas…” “…su definición en el momento actual no sería teológicamente” “clara, pues esos títulos y la doctrina contenida en ellos necesitan” “aún mayor profundización en una renovada perspectiva trinitaria” “eclesiológica y antropológica.  Los teólogos, finalmente y de modo especial los no católico, se manifestaron sensibles a las dificultades ecuménicas que implicaría una definición de dichos títulos” (sic).  A esta declaración, que aunque resumida hemos transcripto literalmente de su publicación en “L’Osservatore Romano”, siguen las firmas de los miembros de la Comisión, que incluyen un anglicano, un luterano, y tres ortodoxos de Constantinopla, Siria y Grecia, respectivamente.  Está fechada el 24 de agosto de 1996.
 
Bien, allá ellos.  Allá los señores “teólogos” y “mariólogos” con su “miscredenza” (palabra italiana con que se designa la falta de fe religiosa, intraducible al castellano), con su fe “light” o su mariologismo empecatado de segunda.  Podríamos ponerles delante de los ojos los fundamentos que ellos no encuentran, o no quisieron encontrar, posiblemente por no resultar “oportuno” que los buscasen y —menos aún— que los hallasen.  Escondidos no estaban: en la “Lumen Gentium”, por citar un documento tan entrañablemente caro al tipo de mariólogos y teólogos reunidos en Czestochowa, allá por 1996, pueden encontrar una “pista” para mencionar, de una manera suave, el “despiste” de los que no la encontraron, de puro “despistados” nomás…  No es que la “Lumen Gentium” haya sentado doctrina en esto, por cierto.  Se limita a reproducir y repetir lo que la Iglesia enseñó acerca de la Santísima Virgen durante siglos.  Por lo menos en el pasaje del documento a que aludimos (cap. VIII, puntos 52 a 69: en particular, nº 62, “Mediadora”).
   
Pero pasemos por alto toda esta miseria.  Vamos a hablar de Nuestra Señora, Madre de Dios y Madre nuestra.  Abogada nuestra, como le decimos en la Salve, Medianera Universal de Todas las Gracias y Corredentora del género humano. Vamos a hablar por todo lo alto y —en particular— del segundo de estos títulos: “Medianera Universal de Todas las Gracias”.
  
Y vamos a olvidarnos de los efugios dialécticos y de las hipocresías de los que, como dice San Luis María Grignion de Montfort, “con pretexto de escrúpulo, temen deshonrar al Hijo honrando a la Madre, rebajar a Aquel exaltando a Ésta” (“Tratado de la Verdadera Devoción”, cap. III, art. 1; 34, pág. 60, Ed. Roma, 1973, Bs. As.)
  
Como dijimos en otra oportunidad, algunos se opusieron a conferirle este título, argumentando el texto de San Pablo (I Tim., II, 5, 6) que declara: “Único Mediador entre Dios y los hombres” a Jesucristo Nuestro Señor.  Dijimos entonces y repetimos ahora (porque no se ha inventado nada nuevo al respecto) que los “opositores” no tenían idea de la profundidad de las aguas donde habían ido a pescar sus argumentos.  Precisamente de este texto paulino se sigue que “María Santísima, no sólo tiene derecho al título sino que, de hecho, desde su Inmaculada Concepción hasta su gloriosa Asunción a los cielos y desde entonces hasta nuestros días y hasta el fin de los tiempos, ha ejercido, ejerce y ejercerá este sublime oficio de Corredentora y Mediadora” (“Signum Magnum”, nº 10, julio de 2001).
   
La razón que damos para esta afirmación rotunda es lógica y teológica, a saber:
   
- María se encuentra, de hecho, inescindiblemente asociada a la Redención que obró su Divino Hijo y a la gracia santificante que nos mereció por su Muerte y Resurrección;
  
- Ergo, por participación de la obra redentora de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, es “Corredentora del género humano”, en cuanto es Redentor Nuestro Señor Jesucristo y es “Medianera universal de todas las gracias” en cuanto es Único Mediador, Jesucristo Nuestro Señor.
 
Este sencillo razonamiento (“sencillo” pero no simple, porque cada una de sus afirmaciones admite un desarrollo muy superior al espacio de que disponemos), este razonamiento, repetimos, es la base de los “fundamentos” que no encontraron los congresistas de Czestochowa, y desde este punto de partida sabemos que es justo y legítimo conferir a María Santísima estos títulos que la asocian a las obras y beneficios recibidos de su Divino Hijo, Nuestro Señor.
  
Desde aquí también afirmamos, reiteramos, que ésta es una discusión bizantina, en cuanto sólo se sostiene con los que se apoyan en las parihuelas de su “ecumenismo” desaforado.  A ningún fiel, a ningún hombre sencillo y prudente le chocan estos títulos: los acepta con la misma “sobrenaturalidad” con que su naturaleza de hijo de María Santísima acepta y afirma las verdades de fe, definidas y proclamadas por la Iglesia, después, mucho después de haber sido aceptadas y recibidas universalmente por toda la Cristiandad.  El dogma de la Inmaculada Concepción (proclamado en 1854) es un ejemplo de lo que decimos.  El otro, el de la Asunción de María Santísima a los cielos, en cuerpo y alma, fue definido en 1951.
   
Hubo disputas y disensiones a lo largo de los 19 ó 20 siglos en que la Iglesia retuvo como verdades estos dogmas, sin definirlos, y sin embargo los enseñó a los fieles y celebró solemnemente sus fiestas.  Los que argüían “en contra” no eran “cualquiera”, entre otros, respecto de la Inmaculada Concepción, nada menos que el mismísimo Santo Tomás de Aquino y San Bernardo.  La diferencia consiste en que sus argumentos, si bien imperfectos, estaban llenos de amor y devoción a María Santísima, mientras que estos “mariólogos” de la Comisión Teológica del Congreso Mariológico de Czestochowa se hacen los “distraídos” para no chocar a sus “hermanos separados”.  No es novedad.  El Padre Royo Marín, en su obra “La Virgen María” (B.A.C., Madrid, 1968), dice literalmente: “Aunque por su constante preocupación ecuménica el concilio Vaticano II, evitó la palabra «Corredentora», que podía herir los oídos de los hermanos separados, expuso de manera clara e inequívoca la doctrina de la corredención tal como la entiende la Iglesia Católica…” (op. cit., cap. 7, pág. 148).
   
Y más adelante, en la misma página citada, abundará este autor en los textos de la constitución dogmática de la Iglesia (“Lumen Gentium”) en que, de haberlos buscado, los mariólogos hubieran encontrado fundamentos especialmente significativos.
   
Hemos querido escribir esta colaboración sin rozar siquiera el debido respeto y consideración a la figura  del Santo Padre, que fue quien consultó sobre la “oportunidad” y “fundamentos” de la proclamación.  No nos apartaremos de este propósito, porque nuestra oposición frontal y absoluta de canto vaya en detrimento de la sana doctrina, no nos hace declinar nuestra actitud de sometimiento a Padre, en cuanto es el Papa reinante su legítimo sucesor.  Y es por amor a la Verdad y por amor al Papa que la respuesta de los congresistas de Czestochowa nos llena de profunda tristeza.  Tristeza, por la verdad preterida, conculcada, despojada y desplazada del sitial que le corresponde por una consideración oportunista y aneja a una ideología equívoca y ambigua, extraña al espíritu apostólico y católico de la Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo.
   
Nos llena de tristeza ver la sal que se desaliniza, nos llena de tristeza ver que se use el Nombre Santo de la Madre de Dios, llamando “Mariano” y “Mariológico” a un congreso en que, dolorosamente, se oculta su grandeza y su gloria por razones de “oportunidad”.
  
Y nos llena de orgullo, de santo orgullo, que miserables como somos, seamos nosotros, este puñado de fieles de la Tradición, los que salgamos a defender los fueros de Nuestra Señora, poniendo las cosas en su lugar.
   
La Virgen Santísima, Madre y Señora nuestra como lo es de Jesucristo, Nuestro Señor, es Medianera Universal de todas las gracias por gracia de participación, como es Corredentora del género humano y Abogada nuestra, “…merced a la cooperación que prestó a la Redención objetiva (de Cristo) y Abogada dispensadora de todas las gracias por cooperar a la Redención subjetiva (de Cristo)” (“Signum Magnum”, nº 20, mayo de 2002).  Esta doctrina no es nueva ni la inventamos los que nos ocupamos de difundirla.  Para dar una idea de esto, en la misma obra citada del Padre Royo Marín (cap. 7, “La Madre Corredentora”, página 149, punto 112) dice este autor: “El magisterio de la Iglesia en torno a la corredención se apoya —como hemos visto— en el testimonio implícito de la Sagrada Escritura y en el del todo claro y explícito de la tradición cristiana…  Basta decir que desde San Justino y San Ireneo (siglo II) hasta nuestros días apenas hay Santo Padre o escritor sagrado de alguna nota que no hale en términos cada vez más claros y expresivos del oficio de María como nueva Eva y Corredentora de la humanidad en perfecta dependencia y subordinación a Cristo”.  Como nota al pie, agrega que “quien desee una información amplísima sobre el argumento de la tradición consultará con provecho la obra de J.B. Carol, “De corredemptione B.V.Mariæ disquisitio positiva” (Ciudad del Vaticano, 1950) y la de Roschini (o.c., vol. I, págs. 502-533).
  
¿Qué sentido tendrían las palabras de la Santísima Virgen en La Salette, en Lourdes, en Fátima, si no fuera “Medianera universal de todas las gracias”?  ¿Cómo no extrañarnos de los contenidos de los mensajes de la Virgen Santísima a Máximo y Melania, a Bernardita, a Francisco, Jacinta y Lucía, si no es mandato de Dios y designio de Dios el que la dicta?  ¿Qué profeta, qué vidente, qué hombre inspirado por el Espíritu Santo se atrevió a decir y anunciar sobre el futuro contingente de los pueblos y las naciones, personalizando sus profecías y ofreciéndose a sí mismo como solución de los problemas de la humanidad?
     
Lo dijimos muchas veces y vamos a repetirlo una vez más: “…por la Santísima Virgen Jesucristo ha venido al mundo y también por Ella debe reinar en él” (“Tratado…”, Introducción, San Luis María).  No se trata de una frase bonita de este santo mariólogo, si los hay, ni un piropo supererogatorio a María Santísima.  Esta sencilla verdad teológica es como el eje, el quicio, el gozne del que dependen todas las demás verdades que él expone y defiende en su Tratado.  Este asunto pide más espacio del que disponemos: concluyamos estas consideraciones con una nueva exhortación a los que buenamente dispensan atención a esta hojita: contamos con un arma poderosa, con una especie de “ametralladora automática” que —indefectiblemente— acierta en el blanco: el Corazón Inmaculado de María y el Sagrado Corazón de su Divino Hijo, Nuestro Señor.  Hablamos del Santo Rosario, por supuesto.  En esta guerra contra el mundo, el demonio y la carne, nos toca hacer cosas aparentemente contradictorias: por una parte, descubrir y denunciar los planes del Enemigo, y por otra, honrar a Aquella contra la que se dirigen esos planes.  Y esto, sin dejar de rogar por la conversión de los que se han dejado seducir por los engaños del enemigo.  No es fácil, no es nada fácil.  Esta oración nuestra será como el “calcañar” de María, el talón con que aplastará la cabeza de la sierpe que asecha su descendencia.  Ella, por el poder divino de su Hijo, Nuestro Señor, por su misión de Corredentora y Medianera universal de todas las gracias, a pesar de nuestra indignidad, se valdrá de nuestras oraciones, de nuestros sacrificios, de toda obra buena y santa que por gracia nos inspire Dios Nuestro Señor para aplastar definitivamente, de una vez para siempre, la cabeza del Enemigo que quiere devorarnos a nosotros, sus hijos.
  
Jorge Mastroianni
 
  
NOTA:
 
En el día de hoy se cumplen nueve años del fallecimiento de nuestro querido camarada Jorge. Lo recordamos volviendo a publicar una de sus tantas páginas escritas en honor de la Santísima Virgen María, a la que tan entrañablemente amó y sirvió durante su larga y fecunda vida.
Que su alma, y la de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
    

1 comentario:

Anónimo dijo...

Magnífico trabajo, sin duda y esclarecedor.
De todas formas, siempre habría que recordar que por sobre todo, el amor a la Santísima Virgen se parece a lo que dicen los hinchas de Boca : BOCA ES UN SENTIMIENTO, y con eso se entiende todo, sin argumentos.
CD