viernes, 6 de enero de 2012

Homilías y sermones


FIESTA DE LA EPIFANÍA
DE NUESTRO SEÑOR


Epifanía significa Manifestación.

La Fiesta de hoy conmemora una de las muchas manifestaciones de Jesucristo.

Como en el Antiguo Testamento se conmemoran varias teofanías o apariciones de Yahvé, en el Paraíso, a los Patriarcas, a Moisés, en Horeb, así podemos decir que son varias las Epifanías del Verbo de Dios Encarnado.

Se manifiesta en las Profecías; en la Anunciación, cuando se realiza en las entrañas purísimas de María la Encarnación del Verbo; en el Nacimiento; en el Jordán, cuando es bautizado; en el Tabor; en Caná, cuando por vez primera manifiesta su poder divino; en sus apariciones después de la Resurrección...

Dios ha querido que Jesucristo se manifestara a los hombres en estas sucesivas epifanías, que aumentan en claridad a medida que se producen, para acostumbrar a la débil inteligencia del hombre a la luz creciente de la revelación del Mesías y prepararle, por los caminos de la fe incipiente y progresiva, a la definitiva epifanía de Dios en la clara visión de la gloria.

De todas estas epifanías, por tradición antigua de la Iglesia Romana se celebran tres en este día: la manifestación a los Magos, la revelación de la divinidad de Jesús por la voz del Padre en su Bautismo y la exhibición de su poder taumaturgo por vez primera, cuando trocó en vino el agua en las bodas de Caná.

Desglosáronse de la festividad presente las dos últimas epifanías: la del Bautismo de Jesucristo, para celebrarla el día de la Octava de esta fiesta; y la de las Bodas de Caná, que se conmemora en la Domínica Segunda después de la Epifanía, quedando la presente festividad dedicada solamente a celebrar la manifestación de Jesús a los Magos.

En la Encarnación ha venido el Verbo a la tierra para la redención del mundo, pero no se ha manifestado como tal.

En su Natividad le cantan los Ángeles como Salvador del mundo, pero queda reducida su manifestación a los límites de su pueblo, pues no ha llamado más que a unos sencillos pastores de Belén.

Hoy, rompe Jesucristo el estrecho molde que al Mesías habían señalado los doctores y la conciencia religiosa de Israel; salva, los reducidos límites de la Palestina y se manifiesta al mundo pagano, es decir, a todo el mundo, representado por los Magos que hoy le adoran.

Son los desposorios, de hecho, del Verbo Encarnado, con toda la humanidad. Hoy, dice la Liturgia, la Iglesia se ha unido al celestial Esposo; hoy se realizan las profecías de la vocación de los gentiles para que formen parte del Reino de Dios; hoy, sigue la Iglesia, el que fue engendrado antes del lucero de la mañana y antes que fuesen los siglos, ha aparecido al mundo.

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Deseando, pues, el Padre Eterno que su Hijo recién nacido en Belén fuese conocido y adorado, no solamente de algunos judíos, sino también de algunos gentiles, habiendo enviado un Ángel que diese nueva de este Nacimiento a los pastores, el mismo día creó en el Oriente una estrella hermosísima y muy resplandeciente, que fuese señal de haber nacido el Mesías y Rey de Israel, tal como Balaam había profetizado, con deseo de que acudiesen a reconocerle y adorarle, pues para bien de todos había nacido.


Muchos del Oriente vieron aquella estrella, y se admiraron de su hermosura y entendieron lo que significaba; pero sólo tres Reyes se movieron y determinaron de salir en busca de este Rey, cuya estrella habían visto. Los demás no quisieron, porque les pareció mal dejar sus casas, haciendas, mujeres y amigos, y salir de su tierra por camino y a lugar incierto, aumentando la carne y el demonio todas estas dificultades para no comenzar esta jornada

Consideremos la gran merced que hizo Dios a estos tres Reyes en inspirarles con tanta eficacia y con tanta luz interior la resolución que tomaron en dejar sus tierras y casas, y salir a buscar a Cristo, dejando a los otros en su ceguedad y miseria.

Se cumplió aquí la verdad de aquella temerosa sentencia: Muchos son los llamados, y pocos los escogidos, pues entre tantos varones del Oriente, sólo tres fueron escogidos para esta empresa, tomándolos la Santísima Trinidad por primicias de los escogidos de la gentilidad.

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Los Reyes, con la fe viva que tenían, arrojándose en las manos de Dios, comenzaron a caminar llevando consigo dones que ofrecer al Niño; y entrando en el camino, vieron a deshora moverse la estrella, como quien quería serles guía en aquella aventura, con lo cual se alegraron grandemente, alabando y glorificando a Dios por la providencia y cuidado que tenía de ellos.

Esto nos prueba que, si fiados de Dios y apoyados en la fe, comenzamos a buscarle, su Providencia acudirá a proveernos de guía y ayuda para proseguir nuestro camino, y el Espíritu divino y la gracia irá siempre delante como estrella, guiándonos y enderezando nuestros mis pasos, al modo que guió a los israelitas por el desierto, yendo delante de ellos, mostrándoles el camino, de día en una columna de nube que les defendía del sol, y de noche, en una columna de fuego, que les alumbraba, para ser su guía en ambos tiempos.

Visto esto, los Reyes iban caminando siguiendo siempre la estrella, sin apartarse a un lado ni a otro, parando donde ella paraba y andando cuando ella se movía, procurando no hacer cosa indigna del Señor que en la estrella reconocían.

Prosiguiendo su camino los Reyes, y llegando cerca de Jerusalén, de repente, por ordenación de Dios, se les encubrió la estrella, quedando tristes y afligidos por esto; lo cual ordenó así la divina Providencia, para probar su fe y lealtad, y para darles ocasión de ejercitar grandes virtudes en la entrada de Jerusalén, y para que, faltando la guía del Cielo, buscasen la que Dios ha dejado en la tierra, que es la de los sabios y doctores de la ley, y de los prelados y superiores en su Iglesia.

Y así, los Magos no desmayaron, ni se dieron por engañados, ni dejaron su empresa volviéndose a su tierra, sino determinaron entrar en Jerusalén a buscar lo que deseaban.

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Los Magos en Jerusalén preguntan, pues, por el Rey de los judíos recién nacido. En dicha pregunta resplandecen grandes virtudes de estos varones.

Primero, mostraron grande fe creyendo lo que no habían visto, confesando que había nacido un Niño que era el Rey y Mesías prometido a los judíos; y no dudaron de esto, sino solamente del lugar donde había de nacer, porque quien les reveló lo primero no les reveló lo segundo.

También mostraron grande magnanimidad y fortaleza, porque con adivinar el peligro a que se ponían preguntando por otro rey, con todo eso no entraron a escondidas y preguntando por los rincones con secreto, sino públicamente y en el mismo palacio real.

De esta fe y fortaleza de los Magos procedió que, aunque se turbó Herodes oyendo esta pregunta, y con él toda Jerusalén, no se turbaron ellos.

Se turbó Herodes, porque era tirano y ambicioso, y así temía no hubiese nacido quien le quitase el reino. Pero lo que más admira es que también se turbasen los judíos por lo que debían holgarse, atendiendo más a lisonjear y dar contento al rey tirano que al Rey celestial que les estaba prometido.

Herodes, oída ésta pregunta, consultó sobre ella a los sabios; y dijo a los Magos que buscasen al Niño, y en hallándole, se lo avisasen

La Providencia de Dios se sirve de los malos para favorecer los intentos de los buenos, y por medio de sus ministros, aunque sean malos, descubre la verdad de la divina Escritura a los que desean saberla para su provecho.

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Nos deben atemorizar e inquietar los secretos juicios de Dios, que en este caso resplandecen; porque, viniendo los gentiles de tierras tan distantes, y con tanto trabajo, a buscar a Cristo, los judíos, que tantos años le habían esperado, con estar tan cerca, no se movieron a buscarle. Y aunque dieron aviso a los Magos donde le hallarían, no lo tomaron para sí, para que se vea la verdad de lo que después dijo este Señor: Ninguno puede venir a Mí, si mi Padre no le trajere.

Debemos escarmentar en cabeza ajena, quitando los estorbos que ponemos al Padre Eterno para que con sus inspiraciones nos llame y junte con Cristo, no dilatando el obedecer a las que nos diere, porque quizá la dilación será causa de nuestra perdición.

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Oída por los Magos la respuesta de Herodes, salieron de Jerusalén, camino de Belén, en busca del Rey nacido, y al mismo punto se les tornó a descubrir la estrella, con cuya vista se alegraron con gozo muy grande.

Consideremos la Providencia amorosa de nuestro Dios y su fidelidad en premiar el trabajo de los que le buscan; porque, dado caso que pudieran estos Reyes, pues ya sabían el lugar donde nació el Niño, ir a Belén sin la estrella, sin embargo quiso Nuestro Señor que se les apareciese segunda vez y les causase gozo, no cualquiera, sino grandísimo, para premiarles con esto los trabajos que pasaron en Jerusalén, los peligros a que se pusieron, las diligencias que hicieron para saber dónde hallarían al Rey que buscaban y para convertir la tristeza pasada en grande gozo, cumpliéndose lo que David había dicho, que según la muchedumbre de los dolores fue la grandeza de los consuelos que alegraron su alma.

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Llegando los Magos a Belén, paró la estrella y se posó sobre el lugar donde había nacido el Rey que buscaban; y entrando, hallaron al Niño con su Madre.

Gran admiración habrá causado en los Magos ver parar la estrella sobre un lugar tan pobre y vil como aquel establo; pero, ilustrados con la luz interior, reconocieron que la grandeza de aquel Rey no se mostraba en las cosas pomposas de este mundo, sino en el verdadero desprecio de ellas, y así rindieron su juicio al testimonio de la estrella exterior.

Debemos detenernos a meditar largamente en el misterio de aquellas palabras: Hallaron al Niño con su Madre; lo cual se dijo también de los pastores, para significar que regularmente no se halla Jesús sin su Madre, ni su Madre sin Jesús; porque quien es amigo de Jesús, luego es devoto de su Madre, y quien es devoto de su Madre, alcanza la amistad con Jesús.

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Es justo suponer que en cuanto los Magos vieron al Niño, se les descubrió que era Dios y hombre, Rey y Mesías prometido a los judíos y Salvador del mundo; y les causó esto un gozo interior excesivo, que les llenó toda el alma; porque si la vista de la estrella material tan gran gozo les causó, ¿qué gozo causaría la vista de Jesús, Estrella de la mañana y Señor de las estrellas?

¡Qué contentos y satisfechos quedarían con la vista de esta divina Estrella!, cumpliéndose en ellos lo que dijo David: Quedaré harto cuando apareciere tu gloria.

Entonces, postrándose los Magos en tierra, adoraron al Niño, y abriendo sus tesoros, le ofrecieron oro, incienso y mirra.

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Tres cosas hicieron aquí los Magos en servicio del Niño Jesús, las cuales estaban profetizadas por David.

La primera, fue postrarse en tierra, en señal de la suma reverencia exterior e interior que le tenían; porque, como el cuerpo se humilló lo más que pudo, hasta postrarse, así el alma se humilló delante de este Rey, reconociéndose en su presencia como polvo y nada.

Comenzándose a cumplir aquí la profecía de David, que dice: Delante de Él se postrarán los de Etiopía; y los que antes eran sus enemigos, besarán la tierra en señal de sujeción.

La segunda, fue adorarle, no sólo como se adoran los reyes de la tierra, sino con la suprema adoración que se da a sólo Dios, y se llama, latría, reconociendo con viva fe que aquel Niño era su verdadero Dios y Criador, que había nacido para remedio de todo el mundo; y con esta fe hablarían con Él, y le darían gracias por la merced que les había hecho en haber venido a remediarlos, y en especial en haberles traído con su estrella para que le conociesen, y allí se ofrecieron por sus vasallos perpetuos, con determinación de servirle para siempre, cumpliéndose lo de David: Le adorarán todos los reyes de la tierra, y le servirán todas las gentes.

La tercera cosa que hicieron los Magos fue abrir los cofres de sus tesoros, que habían traído cerrados por todo el camino, y ofrecer dones al Niño en señal de su vasallaje y en protestación de que le servirían con sus personas y con todas sus cosas; y con los mismos dones confesaron la fe que tenían, porque le ofrecieron oro como a Rey, incienso como a Dios y sumo Sacerdote, y mirra como a hombre mortal.

Pero mucho mayores fueron los dones interiores con que acompañaron los exteriores, ofreciéndoselos con oro de amor, con incienso de devoción y con mirra de mortificación de sí mismos por servir a su Señor, cumpliéndose lo que habían dicho los profetas, que los reyes de Arabia y de Saba le ofrecerían dones y presentes de incienso, mirra y oro, con alabanzas del Señor.

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Finalmente, podemos contemplar el coloquio que, sin lugar a dudas, tuvieron los Reyes con la Virgen Santísima y San José, dándoles cuenta de la estrella que habían visto en Oriente, y de lo que les había pasado en Jerusalén.

Consideremos cómo se ofrecerían a su servicio, cuán admirados estarían de ver la santidad que en aquella Señora y en aquel buen Señor resplandecía y, en contrapartida, ver la pobreza del lugar en que estaban.

¡Qué contentos quedaría María y José oyendo estas revelaciones! ¡Y cómo las conservarían en su memoria para meditarlas! ¡Cómo agradecerían a los Magos el trabajo que habían tomado en venir a adorar a su Hijo, y qué cosas tan divinas les dirían para confirmarlos en la fe!

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Pidamos, con la Santa Liturgia:

Te suplicamos, oh Dios omnipotente, hagas que de lo que celebramos con solemne culto, obtengamos la inteligencia y recojamos los frutos en un alma purificada.

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