miércoles, 25 de agosto de 2010

In memoriam

DESPEDIDA DEL CORONEL JUAN FRANCISCO GUEVARA
                             
Tuvo el Coronel en vida, durante tres ocasiones, la generosa deferencia de pedirme que despidiera sus restos. Y aunque supe recusar el convite arguyendo —amén de mi escaso mérito— que ninguna prisa teníamos en cumplir el mandato, él insistía con su habitual señorío y su impaciencia de eternidad.
              
Es que para los hombres singulares, para los hidalgos de la estirpe del Coronel Guevara, la muerte es un acto de servicio,tan previsto como un cambio de guardia en la batalla, tan natural como un ocaso pueblerino.
            
Para estos hombres esenciales que no fingen apariencias, que han alcanzado la mirada sobrenatural de todo cuanto acontece, llega la muerte como una hermana silente e irremisible.
             
Y ante ella son capaces de plantarse con humilde altivez para decirle, como en las “Coplas” de Jorge Manrique        
“…Y consiento en mi morir
con voluntad placentera
clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera
es locura”.
Al fin le llegó la muerte al Coronel Guevara, entre dos festividades hechas para su estatura: la fiesta de San Pío X, y la celebración de María Reina.  La fiesta del Papa San Pío X, que combatió la herejía modernista, haciendo suyo el más viril de los lemas paulinos: Omnia instaurare in Christo.  ¿Cómo podía faltar el cobijo del Pontífice de la Pascendi, en la despedida terrena de quien consagró su vida a este imperativo irrenunciable de la Ciudad Católica?
            
Y la celebración de María Reina. Porque ubi Rex, Regina, según dijera Pío XII cuando proclamó formalmente la reyecía de la Madre del Señor, en 1954. Volvemos a preguntarnos: ¿Cómo podía faltar el trono de María, en el adiós de quien fuera, con voluntad acrisolada, su vasallo leal y corajudo? Vestida de sol y coronada de estrellas, María Reina quiso hacerse patente.
                        
Así la veneró el Coronel en sus diarias letanías: Reina de los Patriarcas, de los Profetas, de los Mártires, de los Confesores, de los Angeles,de la Paz.  Reina de la Argentina y de Hispanoamérica.  Desde el Santuario de Guadalupe hasta ese recodo soberano de Malvinas, donde manos guerreras dejaron un rosario enterrado, para rezarlo invicto el día del regreso inaplazable.
            
Nuestro amigo sabía que la Virgen anda alistando cruzados para el Combate Postrimero, y acudió a su llamado.  Se le aplican, pues, los versos de Agustín de Foxá:      
“Para la muerte, hermano,
te vestirás de fiesta,
haciendo honor al limpio
linaje de tu casta”.
Así pude verlo ayer, por última vez, cuando caía a pleno el sol sobre su casa de Bellavista […] En el austero lecho parecía leerse el Evangelio de San Lucas: “Señor, aquí hay dos espadas”.
               
El doble gladio revestía mansamente su cadáver, que ya no era un difunto sino una heráldica de la patria antigua.
                   
Cruz y Fierro, la tradición cristiana, diría el Padre Castellani.
                  
Por eso ante sus restos escuché a sus hijos y sus parientes cantar el Christus Vincit, pero también dar vivas sostenidas a la patria.  Y por eso, queridos amigos, tras la semblanza religiosa que es lo primero en el orden de las jerarquías, no ha de cerrarse esta tumba sin que yo agregue algo a mi testimonio público.
                  
Y ese algo que no debo callar es la fisonomía político-militar del Coronel Guevara.
              
Tito —para llamarlo al fin como todos universalmente lo llamábamos— fue un arquetipo de soldado.  De aquellos forjados a la antigua usanza, criados en la emulación de las gestas de nuestros grandes caudillos.
          
Soldado con estilo y porte, con palabra firme y conducta veraz.  Soldado de ese último pelotón spengleriano, que no vacila en custodiar el Bien Común, aún a riesgo de caer en la demanda.  Soldado de prosapia hispanocatólica, y por eso mismo eminentemente volcada al amor de nuestras genuinas raíces.
               
Arquetipo de soldado. Tan lejos de los que abundan hoy, sirvientes de forajidos, cómplices de terroristas,custodios viles de quienes ayer mataron a sus camaradas, y ahora tienen prisioneros, para vergüenza de la nación toda, a quienes supieron combatir al enemigo marxista.
                 
Era natural entonces que en las horas tenebrosas de la historia —cuando la ruindad de los demagogos, de la que no termina el país de librarse— ultrajaba a la Fe, profanaba los templos y vejaba con su incurable ignominia a la Nación Real, el Coronel Guevara eligiera estar en el costado limpio de la batalla.  No era el costado liberal, masónico y democratista que después se impondría para continuar nuestro  sometimiento y espanto.
            
Era el flanco del Cristo Vence, del Dios es Justo, de la restauración cristiana de esta tierra.  Eran las filas del General Eduardo Lonardi.
                
Precisamente a la muerte de Lonardi, Augusto Falciola, desde las páginas de Presencia, le escribía estas estrofas que hoy se le aplican a quien amigo tan leal supo serle en la contienda:
“…Como vuelve el recuerdo
de septiembre,
Buenos Aires lujosa
de glicinas…
Las horas mancilladas,
los oscuros designios
y el indecible oprobio
de esos días…
Por los flecos
del aire conmovido
Mi desconsuelo
anda buscando
tu espada
transparente…
El aire lento.
Lento y minucioso.
Y tú, mi General,
y las glicinas”.
He aquí la imagen del Coronel Guevara: una espada transparente.
             
Capaz de partir el aire para rescatar la flor intacta de una patria cautiva.  Una espada con el filo templado en la pasión nacional.
                
Deben sentirse orgullosos quienes fueron y son sus familiares. Debemos sentirnos comprometidos quienes hemos tenido el honor de estar entre sus amigos.
               
Descanse Coronel. Entre rezos y arpegios, que Nuestra Generala custodia su reposo.
               
Descanse para siempre, después de tantas luchas, después de tantos sueños, y de tantas vigilias transidas de esperanza.
         
Descanse Coronel.  La Argentina y su sombra, como Usted la llamara, conserva todavía destellos de la luz fundacional, de la diafanidad primera que no sabe rendirse.
             
Descanse Coronel, con la certeza aquella de la limpia marcha:    
Y si la muerte quiebra
tu vida al frío de una madrugada
perdurará tu nombre
entre los héroes de la Patria amada.
Y cuando el paso firme
de la Argentina altiva del mañana
traiga el eco sereno
de la paz con tu sangre conquistada
cantarás con nosotros, camarada,
de guardia allá en la gloria peregrina:
“¡por esta tierra de Dios tuviera
mil veces una muerte argentina!”
Coronel, Usted ha tenido una muerte argentina.
              
El ejemplo de sus actos no se entierra este domingo, en este tiempo de separarse del que habla el Eclesiastés.
                 
Quede para nosotros la vida hecha milicia, patriotismo de la tierra y patriotismo del Cielo.
               
Para nosotros, la fatiga diaria en el puesto más duro.
            
Para Usted, la guardia enhiesta en la gloria peregrina.
                  
Coronel Juan Francisco Guevara: ¡Presente!
    
Antonio Caponnetto
(Fragmento de las palabras pronunciadas ante la tumba
del Coronel Juan Francisco Guevara,
el domingo 23 de agosto de 2009)
            

1 comentario:

Isidro Corbacho dijo...

Excelente artículo Prof. Caponnetto. El general Lonardi, así como sus fieles camaradas Guevara, Señorans, Imaz y tantos otros que ahora no recuerdo, eran hombres dispuestos a pacificar el país -y seguir con los proyectos sociales y la Constitución de 1949- luego de la caída del general Perón. Sin embargo, el honesto e intachable general Lonardi fue traicionado por la corriente liberal y masónica de Aramburu, Rojas, Rial, Palma, hasta el joven Lanusse y Cía.. Cuando asume Aramburu, se le otorga personería jurídica a la Masonería argentina -leer el libro sobre la Masonería del padre Aníbal Atilio Röttjer-, y la mayoría de los camaradas leales a Lonardi son pasados a retiro. Si Lonardi no hubiese sido depuesto por los sirvientes de la oligarquía, tal vez hoy, el destino de nuestra patria sería diferente. Como dijo Martha Lonardi en su libro: La Revolución Libertadora fue una sola, y tuvo sus grandezas y sus miserias.