domingo, 7 de junio de 2009

La Santísima Trinidad


¿CÓMO PUEDE CONCEBIRSE
UNA NATURALEZA ÚNICA
POSEÍDA POR TRES PERSONAS?

Respondemos:

1. No debemos creer que la mente humana pueda comprender y explicar la divinidad, porque lo finito no puede agotar lo infinito, y es claro —para el que admite a Dios— que en Él tiene que haber misterios para nuestra razón, la contradicción y el absurdo no pueden existir ni en Dios ni en los seres; pero el misterio, o sea la oscuridad, es demasiado evidente que existe para nuestra pequeña inteligencia.

Dios es el Ser Infinito por esencia; y nosotros, cuando hablamos de Dios o expresamos los misterios de su vida íntima, disgregamos necesariamente lo que en Él se halla unido y formulamos varias proposiciones, como por ejemplo: “En Dios hay una sola naturaleza. En Dios hay tres Personas. El Padre engendra al Hijo. Del Padre y del Hijo procede el Espíritu Santo”.

“A este propósito —escribe el Cardenal Newman— así como nosotros no estamos en condiciones de abarcar con una sola mirada todas las estrellas del firmamento, sino que para ello tenemos que volvernos ora a oriente, ora a occidente, de nuevo a oriente, mirando primero una constelación y después otra, y perdiendo de vista a una y otra para mirar a una tercera; así, cuando fijamos la mirada en el cielo de Dios, en su esencia, conocemos una u otra verdad en particular acerca de Él, pero no podemos captar, con un solo acto de nuestro espíritu, la síntesis de esas verdades de una realidad única. Aun más. Si dividimos un rayo de luz en la multiplicidad de colores de que se compone, cada uno de estos colores es ciertamente bello y agrada; pero si se trata de unirlos, quizás no se logre sino producir un blanco grisáceo. La luz pura e invisible sólo es vista por los afortunados habitantes del cielo; acá abajo no tenemos más que simples reflejos, como la que atraviesa un medio traslúcido”.


2. Aun sin tener la necia pretensión de comprender y explicar la Trinidad, podemos, no obstante, tener una pálida idea de la única naturaleza, poseída por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo, de manera que las tres Divinas Personas sean distintas, pero no separadas entre sí, y, aun siendo Dios cada una de ellas, no sean tres dioses, sino un solo Dios.

Desde San Agustín hasta Santo Tomás, desde Lacordaire a Monsabré, todos han buscado un reflejo de la Trinidad en el alma humana, ya que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios.


Dios —así discurren los teólogos— es un Espíritu. De donde, su primer acto es el pensamiento. Pero, a diferencia del pensamiento de los seres finitos, que es múltiple, accidental, imperfecto y que por lo mismo nace y muere a cada instante, en Dios —cuya actividad es infinita y perfecta— el espíritu engendra en un instante un Pensamiento igual a Él mismo, que lo representa todo entero sin que necesite un segundo pensamiento, puesto que el primero ya ha agotado el abismo de las cosas cognoscibles, equivale a decir, el abismo de lo infinito.


“Este pensamiento único y absoluto, primero y último nacido del espíritu de Dios —continúa Lacordaire— permanece eternamente en su presencia como una representación exacta de sí mismo, o, para usar del lenguaje de los Libros Santos, como su imagen, el esplendor de su gloria y la figura de su substancia. Él es su Palabra, su Verbo interior, como nuestro pensamiento es nuestra palabra y nuestro verbo, pero es, a diferencia del nuestro, el Verbo perfecto y dice todo a Dios en una sola Palabra, lo dice siempre sin repetirse nunca, como San Juan lo había oído en el cielo, al comenzar de esta manera su evangelio sublime: «En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios». Y como en el hombre es distinto el pensamiento del espíritu, sin que estén separados, así en Dios es distinto el pensamiento, sin estar separado del Espíritu Divino que lo engendra. El Verbo es consubstancial al Padre, de acuerdo a la expresión del Concilio de Nicea, que no es más que la enérgica expresión de la verdad”.


He ahí al Padre y al Hijo en la Naturaleza Divina; he ahí el significado de las palabras: “el Hijo es engendrado por el Padre”, es su Pensamiento eterno, substancial. He ahí la unidad en la distinción, y la distinción en la unidad. He ahí las dos primeras Personas.


Mas esto no basta. Tampoco en nosotros la generación del pensamiento es el término en que se detiene nuestra vida espiritual.


Cuando hemos pensado, se produce en nosotros un segundo acto: el Amor, que nos arrastra, nos empuja hacia el objeto conocido; y en nosotros el amor, aun siendo distinto del espíritu y del pensamiento, procede, sin embargo, de entrambos y forma una sola cosa con ellos. Es lo que acontece en Dios. De las relaciones entre Dios y su Pensamiento eterno resulta el Amor, con el cual se aman las dos primeras Personas y este Amor infinito, perfecto, substancial entre el Padre y el Hijo, se llama el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, es distinto de Ellos, y sin embargo, es un solo Dios con Ellos.


Las personas en Dios no son otra cosa que las relaciones subsistentes mutuas entre Dios, su Pensamiento y su Amor (no comunes a dos Personas, como la espiración propia del Padre y del Hijo respecto al Espíritu Santo).


Por consiguiente, no sólo el Padre, sino también el Hijo es Dios, porque el Pensamiento de Dios se identifica con Dios; lo mismo debe decirse del Espíritu Santo, porque el Amor eterno de Dios es Dios mismo; y, sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios. Se entiende, por lo demás, que el Padre que engendra, no es el Hijo engendrado, ni el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, como de único principio; engendrar, ser engendrado y proceder por vía de amor, son tres propiedades diferentes y no confundibles.


Pero —dejando aparte estas propiedades y relaciones— todo es común a las tres Personas: la Naturaleza Divina y, por consiguiente, la inteligencia, la voluntad, la potencia, la majestad y las operaciones al exterior de su vida íntima, tanto en el mundo de la materia, como en el mundo del alma.


Sólo por apropiación se atribuyen al Padre las obras de la potencia, al Hijo las de la sabiduría y al Espíritu Santo las obras de la santificación; esto es, solamente para recordar más fácilmente las propiedades personales del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, para honrar de ese modo y adorar a las tres Divinas Personas.


Monseñor F. Olgiati
(tomado de su libro “El Silabario del Cristianismo”)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Profunda sabiduria en estas lineas del gran maestro sobre el mas Grande Misterio de cuanto existe: El de la Santisima Trinidad.

¡Que buena idea de la gente de Cabildo de agregar estos articulos de Teologia!

Continuen asi. Interesante seria agregar algunas de las magnificas premoniciones del Padre Castellani.

Dr. Jay en Concierto dijo...

Muy buena nota!

Los he linkeado a mi post de hoy!

Saludos!