jueves, 9 de abril de 2009

Ruega por nosotros


EL ÁNGEL CUSTODIO
DE LA ARGENTINA

Nosotros tenemos todo trastocado, subvertido, y pensamos que lo que tocamos es lo real, y que cuando nos elevamos hacia la región del espíritu, el ser se hace más tenue, más endeble, hasta el punto que llegamos a concebir al espíritu como una materia imaginaria, muy tenue, vaporosa. Ésta es una concepción romántica del espíritu. Y es todo a la inversa. Vemos que la realidad más endeble es ésta, porque hoy este ser es, y este ser mañana no es”.

“La realidad hay que darla vuelta. Lo invisible es lo más denso, lo más permanente y lo que existe cargado de riquezas”.

Estas palabras de fray Petit de Murat, tal vez puedan remover algo de la cerrada noche que nos circunda y aprieta, para poder así, hablar o balbucear algo sobre los ángeles.

En tiempos como los que padecemos, la palabra “ángel” no nombra para el común de las personas, una realidad consistente y existente. Los ángeles sólo tienen hoy, una entidad apenas metafórica, como quien hablase de “sirenas” o de “hadas”.

Pertenecen al universo de la poesía, entendiéndola a ésta como el lugar de desechos espirituales —o sea fictivos—, de este mundo embarrado de materialismo.

Nosotros, justamente ahora, queremos hablar de los ángeles… precisamente por eso.

Y hay que volver a hablar, porque su ausencia ha llegado también a notarse entre nosotros mismos, los que decimos por un lado afirmar su real existencia, y por otro, olvidamos cotidianamente que convivimos con su presencia.

Las Sagradas Escrituras se enjoyan de ángeles como los cielos de estrellas. El solo Nuevo Testamento los muestra y nombra cerca de doscientas veces. Pero esto no ha sido un obstáculo para que innumerables cristianos lo nieguen. Hablamos no de simples creyentes, sino incluso de sacerdotes con fe mutilada, o de teólogos vaciados de sabiduría.

Por eso, simplemente volvamos hoy, a la humilde tarea de repasar nuestro Catecismo. Los ángeles son seres creados por Dios, y como apuntaba San Agustín, el nombre señala más bien sus funciones (“angelos”: nuncio, mensajero) que su naturaleza espiritual. Lo elemental es saber que, como enseñaba San Pablo, “son todos ellos espíritus al servicio de Dios, enviados en ayuda de los que van a heredar la salvación”.

Sus términos de relación, como vemos, son Dios y los hombres. Cumplen las misiones que Dios les encomienda, para el cuidado de nosotros los hombres. Dos Salmos por eso, cantan parejamente estas dos tareas. Así, el Salmo 103 exclama gozoso: “¡Bendigan al Señor, todos sus ángeles, los fuertes guerreros que ejecutan sus órdenes apenas oyen la voz de su palabra!”. Mientras, el Salmo 91, al expresar las bendiciones que cubren al creyente cuando se refugia en Dios, dice: “No te alcanzará ningún mal, ninguna plaga se acercará a tu tienda, porque Él te encomendó a sus ángeles para que te cuiden en todos tus caminos”.

Y es precisamente por esto, nos enseñará el Catecismo Romano, que a ellos se los presenta —tal cual cantan estos dos Salmos—, dotados de alas y en figura humana. Con alas, por lo prontos que se hallan para cumplir los servicios de Dios; bajo figura humana, por lo muy propensos que están hacia los hombres.

Es este Catecismo del Concilio de Trento el que también nos enseña que los ángeles, sobre todo, son la expresión de la providencia paternal de Dios sobre los hombres. Pero cuidado, no como figura que expresase de modo plástico, en vez de conceptual, esta verdad.

Dios ha designado a cada ser humano un ángel particular para su cuidado y guía. Son los ángeles de la guarda, que acompañan desde su nacimiento a los hombres, y de los que el Señor Jesús, hablando de los niños, y de los que se hicieren como tales para entrar al Reino, dijo: “Cúidense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo ven constantemente el rostro de mi Padre celestial”.

Pero no solamente de cada ser humano, tiene cuidado la providencia de Dios. También los pueblos, también las naciones, en su camino por la historia, están bajo la tutela divina y la de sus ángeles. La Escritura lo dice y asegura expresamente de un pueblo, el de Israel, cuando iba camino de la Tierra Prometida; y trae las palabras del mismísimo Señor, diciéndole a aquel pueblo suyo: “He aquí que Yo voy a enviar un Ángel delante de ti para que te cuide en el camino y te conduzca al lugar que te he preparado. Pórtate bien en su presencia y escucha su voz. No te rebeles contra él, pues no les perdonará sus transgresiones, ya que en él está mi Nombre. Si escuchas atentamente su voz y haces todo lo que Yo diga, tus enemigos serán mis enemigos y tus adversarios mis adversarios. Entonces mi Ángel irá delante de ti…”

Pero aparte de Israel, entonces el Pueblo de Dios, ¿hay ángeles designados para la custodia del resto de las naciones? Muchos han creído poder deducir esto, de unos breves y oscuros pasajes del libro del Profeta Daniel, pero pensamos que no es necesario recurrir a ellos en este caso, ni arriesgarnos en interpretaciones.

Vale más ir directamente, al libro del Deuteronomio. Allí Moisés recapitula en presencia de la Tierra Prometida, la travesía del Desierto, la Alianza, y la Ley. Concluye finalmente con un cántico, en el cual dice al pueblo: “Trae a la memoria los días lejanos, considera las épocas pasadas; pregunta a tu padre, y él te lo enseñará, a los ancianos, y ellos te lo dirán; cuando el Altísimo dio una herencia a cada nación, cuando distribuyó a los hombres, Él fijó los términos de los pueblos según el número de los hijos de Dios”. Como vemos, son las Escrituras, la Palabra de Dios revelada, la que nos dice que a cada nación le fue asignado un ángel, un hijo de Dios que la tutelase. Son los ángeles custodios de las patrias.

La afirmación puede sonar a leyenda, en esta época que tras haber perdido los ángeles, pareciera haber perdido también la virtud de la “pietas”, con la que antiguamente se honraba a los padres, y a la patria de los padres. Otra cosa era, lo que en otros tiempos el cristiano aprendía de las Escrituras y de la Iglesia.

Y no muy lejos de nosotros, Uruguay, el 2 de marzo, tenía una Misa votiva para el Santo Ángel Custodio de la República; y en México —tierra de mártires cristeros— y otros lugares, el 1 de octubre la liturgia recordaba al Santo Ángel Custodio de la Nación. En ella, la Oración Colecta de la Misa —casi idéntica a la del Uruguay— rezaba así:

“Omnipotente y sempiterno Dios, que con inefable providencia destinaste a cada reino un Ángel singular que lo custodiase: concédenos, te rogamos, que por las oraciones y el patrocinio del Ángel Custodio de nuestro reino, seamos siempre libres de toda adversidad. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén”.

Digna oración para rezar y así poder volver a introducirnos, en lo que alguna vez hemos llamado el Misterio de la Patria. Porque son los ángeles precisamente los que han de combatir nuestros combates y acompañarnos en nuestras luchas.

Allá, muy al norte de la Patria nuestra, en las blancas capillas de la tierra jujeña, hubo anónimos artistas que pintaron a estos ángeles en siglos pasados, armados de arcabuces. Y aún siguen allí, pese a la curiosidad insolente de los turistas, a la sonrisa incrédula de los visitantes, aguardando la hora de nuestros combates.

Y aguardándonos.

Miguel Cruz

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