domingo, 30 de noviembre de 2008

El “Malevo” Ferreyra


AUTOINMOLACIÓN
POR DIGNIDAD

Un patriota digno, destacado ex combatiente en la Guerra Contra la Subversión- el Sr. Comisario de la Policía de la Provincia de Tucumán don Mario Óscar Ferreyra, enterado de una orden de detención en su contra que había de concretarse el viernes 21 de noviembre por la tarde —con el pretexto de “violaciones a los derechos humanos” en el antiguo Arsenal “Miguel de Azcuénaga” durante aquella guerra justa— anunció a sus allegados y al periodismo que no iba a entregarse vivo para que lo encierren como un animal, en una prisión “preventiva” prolongada durante años aguardando una sentencia que —como se sabe— siempre condena al represor y reivindica a los terroristas.

Por su coraje, su arrojo y su probada eficacia en enfrentamientos armados contra delincuentes terroristas y comunes, los pobladores del noroeste argentino lo apodaron “El Malevo” y todos —especialmente “Crónica TV” que registró su final para la historia— esperaban una resistencia violenta al arresto, corroborada por sus expresiones deseándoles “buena puntería a la Gendarmería o la Federal” (sabía bien que su Policía no se iba a deshonrar deteniéndolo), esperando ser abatido en su casa, con toda dignidad y rodeado por sus seres queridos. Confirma también esa esperanza y ese deseo de morir por mano ajena antes de ser llevado al espectáculo circense de un Tribunal Popular sectario, —émulo de las “chekas” de la España Roja— el haber llamado a un sacerdote para confesarse en las horas previas a su trágico final. En la tarde fatídica, viendo que los gendarmes que entraban al jardín de su casa no iban a abrir fuego, se despidió de su señora —doña María de los Ángeles Núñez— y encomendó su alma a Dios, disparándose en la sien.

Para quienes profesamos nuestra fe en Cristo y en las enseñanzas de su Iglesia, el suicidio es un pecado siempre irreparable y (confiemos en la misericordia divina) casi siempre imperdonable, por lo que tiene de rechazar de la peor manera el regalo de la vida que el Creador nos hizo. Pero hay circunstancias —sin duda atenuantes— en que no es necesario ser un romano antiguo o un japonés honorable para comprender —no justificar— que una víctima de una situación injusta e intolerable prefiera comparecer ante el Juez Supremo y no ante falibles o tendenciosos jueces “de la democracia” y “de garantías” (para quienes han cometido delitos y no para quienes los han reprimido), tal como ha ocurrido recientemente con el Teniente Coronel (R) don Paul Alberto Navone y con el Subprefecto (R) don Héctor Antonio Fèbres Méndez.

Paul Navone trabajaba y vivía feliz con su señora e hijos en Ascochinga (atendían su hostería “Puesto Roca”) cuando fue citado por una jueza que —sin poder probarle delito alguno ni atender razones (como ha ocurrido con tantos camaradas aún sin condena)— iba a hacer que su viaje desde Córdoba a Entre Ríos fuera de ida sola, pues les conviene para “hacer carrera” dejar presos “preventivamente” represores vagamente imputados aunque no piensen fugarse ni entorpecer investigación alguna. Paul escribió una carta conmovedora y ejemplar para su familia, salió a pasear por el Golf y allí emprendió su último viaje, también de ida sola…

Héctor Fèbres —en cambio— había pasado interminables nueve años en prisión preventiva y debía volver cuatro días después de su última cena al tribunal convertido en circo romano, donde ya había sido escarnecido por la morralla aullante de abuelas, madres, hijos y “cumpas” delatores (que viven por haber marcado a otros terroristas), y contaba ya con la condena mediática que siempre precede a la de los juzgadores sectarios. Luego de comer y acostarse como una noche cualquiera, voluntariamente pasó de un sueño inconciliable al eterno, muriendo sin condena humana y privando de un último espectáculo a sus enemigos de antes y de siempre. Mientras que en el caso de su camarada de Ejército no hubo modo de imputar a otra persona por su deceso (hasta dejó una carta inequívoca), la familia Fèbres fue encarcelada (“preventivamente”, claro está) por el posible suministro de un veneno (¡!) hasta que la “justicia” fue liberándola de sus diferentes lugares de detención sin sobreseimientos definitivos… La venganza por la derrota de la subversión terrorista en el terreno militar que ella había elegido para someternos es amplia —abarca a parientes, amigos, colegas o contactos remotos— e inextinguible. Todo esto lo describe con mayor claridad el excelente trabajo de Horacio R. Palma con motivo de la muerte “en vivo y en directo” del “Malevo” Ferreyra.

Con todos los reparos que caben —desde el punto de vista católico— a quienes han querido usar su libre albedrío para evitar un dolor insoportable, roguemos a Dios por todos aquellos que han librado el buen combate y no han querido que el enemigo goce de una revancha inmerecida, poniendo su alma en las manos —justas pero misericordiosas— de su Creador. Que Él no tome en cuenta su última acción en este mundo sino las muchas encomiables que los han destacado a lo largo de una vida que no ha sido de molicie e indiferencia egoísta sino de entrega altruista a su Patria y a sus semejantes. “Un bel morire tutta una vita onora!”… Con todo respeto y memoria imperecedera porque supieron luchar y morir defendiendo una Causa justa invocamos:

Caídos por Dios y por la Patria:

¡PRESENTES!…

Ante Meridiano

sábado, 29 de noviembre de 2008

Editorial del Nº 78


CÁRCEL
PARA LOS
KIRCHNER


De muchos modos —y sin necesidad de las denuncias formales cuanto oportunistas de cierta clase politica— la sociedad ha ido tomando conciencia de que los kirchner son una banda de ladrones. Y usamos con deliberadas minúsculas el ya luctuoso apellido del duplo gobernante, como quien menciona a un genérico bacilo antes que un respetable patronímico, un morbo fatal más que un gentilicio.

No en el imaginario colectivo, como dicen pedantemente ahora, sino en la cruda realidad de cada día, los sufridos habitantes de esta tierra hemos empezado a constatar que por doquier abunda el fraude y el dolo, la rapiña y la usura, el negocio turbio, la mezcla delictiva de drogas, narcos, traficantes, juegos de azar o culposas valijas. Y que tras estas mixturas de contravenciones múltiples a la ley y a la moral objetiva, asoman ineluctablemente los ejecutores oficiales de la conducción del Estado. Mencionar hoy a Julio de Vido, Claudio Uberti, Rudy Ulloa Igor, Ricardo Jaime, Cristóbal López y Lázaro Báez; mencionar acaso a los Fernández, a la Miceli, o a Moreno, equivale enunciar otros tantos nombres de kirchner, de los que diría Fray Luis de León que, a diferencia de los nombres de Cristo, “mentan las calamidades de nuestros tiempos y el hallar ponzoña antes que medicina y remedio”. No suscitan estos nombres el silencio inefable, del que nos habla Dionisio para celebrar la nomenclatura divina, sino el grito de espanto, el vituperio cósmico, la puteada lisa y llana del hombre corriente.

Es que de todas las formas posibles de robar, que sistematizara el Aquinate exponiendo el séptimo mandamiento, ninguna está ausente en esta tiranía agobiante. Primero hurtan a escondidas, aprovechándose del poder que disponen para que, entre la sorpresa y las sombras, se consumen impunemente las esquilmaciones y los despojos. En segundo lugar arrebatan por la fuerza —especialidad de los príncipes perversos, acota Santo Tomás— toda vez que necesitan ampliar la caja con que financiar su perdurabilidad politica, sin detenerse en ordenar la legalidad positiva con vistas al lucro privado. Terceramente escamotean el salario justo, a la par que los mayores ingresos se los reservan para el redil de los serviles y el aparato oficial. En cuarto lugar, cometen fraude en los negocios, dueños omnímodos como son de esa “balanza dolosa” de la que habla la Escritura, con una pesa falaz para aprovechamiento del amo. Y en quinto lugar, al fin, roban comprando dignidades, sean temporales o espirituales. Por eso cuentan con la manada de obsecuentes rentados, a quienes cada vergonzosa genuflexión les significa un subsidio, una adulación, un asiento a la derecha de la dupla proterva, en el que oficiar de bufón y proxeneta.

Roban todo el tiempo y con descaro, cada cual a su turno y con las modalidades que se les antoje conveniente en momento. Roban en lo poco y en lo mucho, nocturnamente y a la luz del día. Roba la chirusita un rango que no posee, cada vez que se hace llamar doctora, roba las cifras el Indec, y roba el decoro y la decencia el ostensible programa gubernamental a favor de la contranatura y de la cultura de la muerte.


Súmese al hurto el homicidio, en varias de sus formas posibles. Porque homicidio es el aborto, cada vez más oficialmente tolerado, extendido, promovido y justificado. Homicidio es el fruto de la inseguridad social entronizada por el garantismo de estos progresistas irresponsables. Y sabido es que se puede matar con la boca, mediante la calumnia y las acusaciones falsas, siempre presentes en el lenguaje presidencial. Homicidio, sobre todo, es el de los terroristas aposentados honorablemente en el poder, autores directos de crímenes horribles, o cómplices de los mismos, o festejantes y glorificadores de los asesinos marxistas.


Cualquiera sabe que en una situación normal, los ladrones y los criminales deberían estar en la cárcel. En nuestra desdichada patria, en cambio, son las autoridades elegidas por la democracia, bendecida por los obispos, sostenidas por los jueces, incapaces de ordenar la captura de estos malvivientes. Cualquiera sabe asimismo que se necesita un mínimo de coherencia para pedir la captura y el castigo de estos reos; por lo que aumenta el oprobio constatar al ramillete de partidócratas ahora denunciantes, que no sólo no podrían tirar la primera piedra sino el más liviano de los guijarros.


Entonces, desde algún sitio al que no roce el latrocinio ni el asesinato debe clamarse la cárcel y el castigo ejemplar para el kirchnerismo. Quede dicho desde estas páginas, y permita Dios, que es el Justo, que semejante clamor se convierta en un hecho.


Antonio Caponnetto

viernes, 28 de noviembre de 2008

Epistolario


EL NACIONALISMO
CATÓLICO
Y EL REINO
DE DIOS


Carta Abierta a Monseñor
Carmelo Juan Giaquinta


Buenos Aires, 27 de noviembre de 2008

A S Excia. Revma.
Monseñor Carmelo Juan Giaquinta
Arzobispo Emérito de Resistencia

Monseñor:

El Boletín de la Agencia Católica Argentina (AICA) en su edición del día de hoy, trae el texto íntegro de la homilía pronunciada por usted el pasado domingo 23 de noviembre, Festividad de Jesucristo Rey del Universo.

De acuerdo con la versión de dicha Agencia, en esa ocasión dijo usted: “El cristiano en cuanto ciudadano ha de trabajar por una sociedad justa según la opción política que le parezca más conducente al bien común. Pero ha de saber que el Reino de Dios no se identifica con ninguna opción política partidaria. Inspira lo que hay de bueno en todas ellas, pero las somete a todas a juicio permanente, pues éstas sufren la tentación de convertirse en un ídolo al que hay que sacrificar todo. Digámoslo con claridad: el reino de Dios no pasó por la propuesta nacionalista de la Argentina católica. Ni por el PJ montonero. Ni por el marxismo. Ni por el capitalismo. Tampoco pasó por la propuesta de Bush. Ni pasará ahora por la de Obama” (el resaltado es mío).

Si de hablar con claridad se trata, Monseñor, se ha de admitir que sus palabras, lejos de llevar claridad a los fieles, llevan más bien confusión. No se puede, no se ajusta a la verdad ni es honesto, poner en un plano de igualdad (como si se tratara de cosas equiparables) al Nacionalismo Católico y a ideologías como el marxismo, el capitalismo, los montoneros, Bush, Obama. Y esto por una sola y fundamental razón: porque mientras las ideologías mencionadas intentan, o bien reducir el Reino de Dios a meras categorías temporales y sociológicas (teología de la liberación, por caso) o bien sustituir ese Reino por alguna utopía demasiado humana (tal el marxismo), el Nacionalismo Católico, en cambio, entiende que, sin mengua de su legítima autonomía, el orden temporal ha de reconocer la Soberanía de Dios y la Realeza de Jesucristo. Dos cosas muy distintas, como se ve.

El Nacionalismo Católico, tal como ha sido enseñado y propuesto por sus maestros y mártires en nuestra Patria, ha sostenido siempre que ningún régimen político temporal, por bueno, justo y legítimo que sea, se deriva directamente del Evangelio ni se identifica con él. Pero también ha sostenido siempre la legitimidad y necesidad de una política cristiana que, reitero, con pleno respeto de la autonomía del orden temporal, se proponga edificar la Ciudad de los hombres en la que sea reconocida la Potestad Real de Jesucristo sobre las realidades temporales y en la que el efectivo Reinado Social de Jesucristo sea la garantía de una auténtica paz y de una auténtica justicia pues no hay paz ni justicia si los hombres no acatan la Realeza de Cristo. Esto, Monseñor, es lo que enseña Pío XI, en la Encíclica Quas primas, que instituye la Festividad de Cristo Rey. ¿Acaso esta enseñanza ha sido abolida?

Estas cosas, Monseñor, usted las conoce. Por ser Obispo es maestro de la Fe; y por ser un Obispo argentino, ya emérito, conoce muy bien nuestras vicisitudes nacionales.

Por eso cuando afirma que “el Reino de Dios no pasó por la propuesta nacionalista de la Argentina católica” no sólo resulta injusto sino, además, suena a ingratitud. Injusto e ingrato respecto de tantos católicos, fieles a la Iglesia, que lucharon por esa propuesta, con total abnegación, espíritu apostólico y fidelidad a la Cátedra de Pedro. En primer lugar, con ese gran sacerdote, teólogo eminente y maestro del Nacionalismo Católico que fue el padre Julio Meinvielle, tan vinculado con su formación juvenil, Monseñor; sacerdote que, sin haber hecho nunca la “opción preferencial por los pobres” acudía permanentemente en socorro de los más desposeídos como cuando le regaló una casa a un obrero humilde con familia numerosa. ¿Tuvo oportunidad de conocer a esa familia, Monseñor?

Ingrato e injusto, resulta, también, con dos laicos católicos ilustres, Genta y Sacheri, genuinas expresiones del Nacionalismo Católico, asesinados por ser, justamente, “soldados de Cristo Rey” como expresamente reconocieron sus verdugos. Y muchos más que sería largo enumerar.

Ninguno de ellos enseñó jamás que el Reino de Dios “pasa” por la Argentina católica sino que la Argentina ha de ser fiel a su herencia católica si quiere ser una tierra digna, habitada por señores, y no el esperpento en que la han convertido las ideologías. Ellos vivieron y murieron por ver instaurado en nuestra Patria un orden social cristiano, inspirado en el Evangelio, en el Magisterio de la Iglesia y en el Orden Natural. Y siguiendo sus huellas algunos bregamos, todavía hoy, por la misma causa, en absoluta soledad y en medio del abandono, la indiferencia y hasta la hostilidad de muchos Pastores.

Con todo afecto e implorando su bendición.

Mario Caponnetto

jueves, 27 de noviembre de 2008

Leonardo de Argentina


ACTUALÍSIMO

Amigos, deseo compartir con ustedes,
sin comentarios,
estos dos textos del Padre Castellani.
“El que pueda entender que entienda”
(San Mateo, 19, 10-12).


Un abrazo.

Antonio Caponnetto

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COBOS Y LOS OBISPOS

“Así se hacían los Obispos en aquel tiempo […] y del negocio de Dios se ocupaban los Obispos de aquel tiempo […] Me hace acordar de un predicador gallego que hizo un panegírico de San Agustín en la Catedral de Santiago, en una misa solemne, el Padre Cobos; y le fue muy mal. Porque explicaba las virtudes de San Agustín, su castidad, su pobreza, su valentía, su sabiduría, su espíritu de trabajo; y después de cada párrafo se volvía hacia el trono donde estaba encapotado y con su gran mitra y báculo el Obispo, y decía: «¡Aquéllos sí que eran Obispos, Excelentísimo Señor, aquéllos sí que eran Obispos». Lo hicieron bajar; pero en España todavía hoy, para referirse a una indirecta que es demasiado directa se la llama «una indirecta del Padre Cobos»”.

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UN VIEJITO PARA EL SANTO PADRE, POR FAVOR

“El Papa es infalible, pero no en todo. Cuando declara solemnemente las cosas de la Fe, cosa que hace pocas veces, por cierto. Pero pretender como hace muchísima gente aquí que todos los Papas o tal Papa particular son maravillas de inteligencia y de rectitud, hasta llegar a renunciar al propio sentido moral, cerrar los ojos ante un error y una iniquidad manifiesta, y dar como anticatólico, o poco católico, o no católico al que no puede cerrar los ojos así, al que no puede renunciar a su sentido moral, eso es inventar un nuevo dogma, eso es rendirse a una superstición, eso es morar en plena exterioridad”.

“Los romanos que son muy religiosos y veneran mucho al Papa, también son muy inteligentes, inventaron una anécdota sobre la infalibilidad que se la colgaron a Pío XI. Contaban que el Papa se dormía por la mañana porque trabajaba de noche; y que buscó un viejito del Asilo San Michele para que le hiciera de sereno y lo despertara por la mañana a las ocho. Así que el primer día el viejito abrió la puerta y dijo: «Santísimo Padre, son las ocho y hay buen tiempo». Y el Papa contesta «Giá lo sapevo», y se levantó. Al otro día lo mismo: «Son las ocho y hay buen tiempo». «Giá lo sapevo». El tercer día ocurrió que el viejito mismo se durmió, se levantó muy apurado y fue corriendo a despertar al Papa; y con el apuro y la costumbre le dijo la misma fórmula: «Santísimo Padre, son las ocho y hay buen tiempo». Y el Papa dijo:«Giá lo sapevo». Y entonces el viejo le dijo: «¡Non lo sapevate un corno: sono le dieci e piove a finimondo!»

“En otros tiempos, cuando el Papa se equivocaba, los santos de aquel tiempo le decían tranquilamente: «Non lo sapevate un corno», y el Papa mismo rogaba que se lo dijeran. Había más caridad. Había comunión”.

Leonardo Castellani, “San Agustín y nosotros”,
Mendoza, Jauja, 2000,
págs. 244 y 256 respectivamente.


miércoles, 26 de noviembre de 2008

Guerra Antisubversiva


A PROPÓSITO DEL “OPERATIVO INDEPENDENCIA”

ELOGIO
Y REPUDIO

Un amable lector nos hizo llegar esta buena noticia, y se la agradecemos profundamente: la noticia es que existe una Agrupación denominada Rodillas Negras, que se propone “informar y mantener en el recuerdo la heroica participación de los soldados conscriptos en la lucha contra la guerrilla en la Argentina”; y está formada por ex combatientes que lucharon principalmente en los montes tucumanos.

Rodillas Negras se fundó en San Ramón de la Nueva Orán, Provincia de Salta, hacia el año 2005, presidida por Héctor R. Garrido.

Si hasta aquí lo confortador, admirable y provechoso, lo aborrecible es lo sucedido el pasado 31 de agosto, con ocasión de celebrarse un nuevo aniversario de la fundación de la ciudad de Orán.

Los Rodillas Negras desfilaron ante el gobernador Juan Manuel Urtubey y el intendente Marcelo Lara Gross, recibiendo en la ocasión los aplausos efusivos de ambos funcionarios y del público en general.

Pero ocurrió entonces que un tal David Leiva, abogaducho integrante de la Asociación de Derechos Humanos Encuentro por la Memoria, la Verdad y la Justicia —organización que viene bregando para que se impida que los Rodillas Negras desfilen en cada acto público en Orán— presentó su protesta formal, secundado por la caterva habitual de zurdos que suele agitarse histéricamente en estas circunstancias.

Entonces, y a pedido del demandante, el secretario de Gobierno provincial, Cristóbal Cornejo, aclaró que:

a) a pesar de los pedidos reiterados de los integrantes de Rodillas Negras, no se les entregará ninguna pensión, pues “jurídicamente [al Operativo Independencia] no se lo considera una guerra. No fue una guerra”;

b) respecto del aplauso del gobernador al paso de los Rodillas Negras, se trató de una confusión, pues “a la distancia parecían ex combatientes de Malvinas".

Agreguemos, para saber quién es quien en esta historia, que el año pasado, el susodicho Leiva interpuso una denuncia penal contra el entonces intendente, Eliseo Barberá. Lo acusó de apología del delito por permitir el desfile de los Rodillas Negras en ocasión del 9 de julio. También iban a desfilar en el acto del aniversario, pero el entonces gobernador Juan Carlos Romero ordenó, a pedido de familiares de desaparecidos y militantes de derechos humanos, que se les impidiera el paso.

No vale la pena extenderse en comentarios obvios.

Nuestro aplauso —sin confusiones— a los que peleraron bravamente en la guerra justa contra el marxismo, durante el glorioso Operativo Independencia. Nuestro repudio categórico a estos funcionarios miserables y ruines, y a los asalariados agitadores de la falsificación oficial de la historia.


Del Estatuto Social de los “Rodillas Negras”

“Artículo 1°: Con la denominación Asociación de Ex Combatientes Rodillas Negras y otros, de los Departamentos de Orán y San Martín, se constituye el día catorce de marzo del dos mil cinco, una asociación civil de bien común y sin fines de lucro, la que fija su domicilio legal en calle 9 de julio N° 835, de la ciudad de San Ramón de la Nueva Orán, Provincia de Salta.

“Artículo 2°: Son sus propósitos:

“a) Informar y mantener en el recuerdo la heroica participación de los soldados conscriptos en la lucha contra la guerrilla en la Argentina.

“b) Mantener en forma permanente el recuerdo de los caídos en combate en la lucha contra la guerrilla.

“c) Posibilitar la reinserción en la sociedad de aquellos que padecen secuelas generadas durante el conflicto y de quienes habiéndose ofrecido voluntariamente para defender la soberanía de la patria requieran en el cumplimiento de la legislación vigente para desarrollarse como personas útiles a la sociedad.

“d) Mantener y promover en forma permanente la importancia de la libertad y soberanía de nuestro suelo (…)”

martes, 25 de noviembre de 2008

Aviso


PORQUE ALGUIEN TIENE
QUE DECIR
LA VERDAD


POR LA NACIÓN
CONTRA EL CAOS

lunes, 24 de noviembre de 2008

Cuando uno ve...


MALVINAS,
EL REFUGIO
DE LA GLORIA


Cuando veo a la República Argentina traspasada por la más grave crisis de indignidad, de incapacidad, de intolerancia, de desprestigio. Cuando veo con dolor que ya no es ni país, ni nación, ni estado, me refugio en Malvinas.

En este conglomerado de desaciertos, mentiras y ultrajes en que se ha convertido aquella que fuera patria de grandeza, hoy se esconde —sin agravios ni resentimientos, sin pedir nada, silenciosa— la Gloria de Malvinas.

Cuando la soberbia enceguece a los gobernantes profiriendo palabras sin sentido, en medio de pobres aplaudidores mendicantes de prebendas, pienso en la humildad del soldado, hambriento, congelado, asustado, pero con el arma firme en su mano. Sólo él y sus recuerdos. Sólo él y su deber. Sólo él y su rosario. Sólo él y su enemigo. Sólo él y la gloria de Malvinas.

Cuando presencio los juicios inicuos, los desbordes circenses de multitudes desenfrenadas, vengativas, en los que la Justicia se subordina a intereses o ideologías retrógradas que sólo fomentan odio, y a los que deberían ser los jueces ganados por el “no te metas”, por cobardía, por miedo, por desidia, pienso en la Justicia de la causa de Malvinas.

Pienso en la defensa del honor ultrajado de un país que era patria, que se enfrentaba al enemigo con la fiereza de sus hombres y los rezos de sus mujeres, sin condiciones mezquinas, sin reproches, sin tribunales espurios. Únicamente la justicia de la causa de la patria en Malvinas.

Cuando la mentira y el embauque sorprenden desde las más altas esferas gubernamentales para disimular gravísimos errores —imperdonables en quienes tienen el sagrado deber de velar por el bien común— pienso en la Verdad de Malvinas, en la simpleza de la entrega a la muerte y al dolor, a la mano tendida al camarada, al valor descubierto en la noche de miedo, a la esperanza de un recuerdo. Todo puro, todo sano, todo ahí, para ejemplo del mundo.

Cuando la sociedad se debate en la miseria moral de la inseguridad, de la droga, del garantismo, de la delincuencia brutal, de la pobreza material e intelectual, de la deformación de la niñez, de la destrucción de la familia, con la absoluta complicidad de los medios de comunicación y del propio poder político, pienso en la grandeza de Malvinas, que debió haber iluminado el devenir argentino para hacerlo más bueno, más noble, más entero. El sacrificio como paradigma de conducta y la libertad asumida como la libre búsqueda de lo mejor. Sólo Dios en su grandeza en Malvinas.

Cuando veo a la Nación manoseada por representantes que desconocen la magnitud de sus deberes, haciendo del puesto de honor que les otorgara la ciudadanía, nada más que un escalón para las prebendas, extorsionando al pueblo con conflictos nacidos de su incapacidad o de su corrupción, pienso en la honradez de Malvinas. Honradez a la que también quisieron deshonrar los cobardes y los timoratos, pero que nunca lo lograron ni lo lograrán, porque desde el fondo del mar, desde los vientos y la turba, el grito estridente de la honra enaltecida retumba en el corazón de los argentinos bien nacidos. Sólo honradez en la heroica gesta de Malvinas.

Por último, cuando veo a las Fuerzas Armadas destruidas, incompetentes, genuflexas, sin vocación, sin respuesta ante la indignidad, pienso en Malvinas. ¿Dónde están aquellos oficiales ejemplares que delante de su tropa ofrecían su pecho al enemigo? ¿Dónde están aquellos suboficiales que con su experiencia enseñaban a sus hombres lo que es el deber y la satisfacción de cumplirlo? ¿Dónde están aquellos muchachos que en el pozo releían las cartas de sus novias esperando el zumbido de las balas, el alma enternecida y el coraje en acecho? ¿Dónde están aquellos que dominaron el cielo, el mar y la tierra, para asombro hasta del mismo enemigo? ¿Dónde están aquellos argentinos que vitoreaban a sus soldados? ¿Dónde está Malvinas, qué lugar ocupa en los cuarteles, quién se encarga de elevar su espíritu hacia las nuevas generaciones como símbolo de lo que es la patria?

Por eso ante esta Argentina que ya no es ni país, ni nación, ni estado, en mi desolación me refugio en Malvinas, adonde sé que muchísimos compatriotas me acompañan, aquellos que nacimos el 2 de abril de 1982, para no morir jamás.

María Delicia Rearte de Giachino

domingo, 23 de noviembre de 2008

El pequeño mundo de Don Camilo


ESCUELA
NOCTURNA


La escuadra de los hombres embozados tomó cautelosamente el camino del campo. Reinaba profunda oscuridad, pero todos conocían aquel paraje, terrón por terrón, y marchaban seguros. Llegaron por la parte de atrás a una casita aislada, distante media milla del pueblo, y saltaron por sobre el cercado del huerto. A través de las celosías de una ventana del primer piso se filtraba un poco de luz.

– Llegamos bien – susurró Pepón, que tenía el comando de la pequeña expedición. Está todavía levantada. Hemos tenido suerte. Llama tú, Expedito.


Un hombre alto y huesudo, de aspecto decidido, avanzó y dio un par de golpes en la puerta.


– ¿Quién es? – preguntó una voz de adentro.


– Scarrazzini – contestó el hombre.


A poco la puerta se abrió y apareció una viejecita de cabellos blancos como la nieve, que traía un candil en la mano. Los otros salieron de la sombra y se acercaron a la puerta.


– ¿Quién es esa gente? – preguntó la anciana, recelosa.


– Están conmigo, explicó Expedito. Son amigos: queremos hablar con usted de cosas muy importantes.


Entraron los diez en una salita limpia y permanecieron mudos, cejijuntos y envueltos en sus capas delante de la mesita a la cual la vieja fue a sentarse. La anciana se enhorquetó los anteojos y miró las caras que asomaban de las capas negras.


– ¡Hum! –murmuró. Conocía de memoria y del principio hasta el fin a todos esos tipos. Ella tenía ochenta y seis años y había empezado a enseñar el abecé en el pueblo cuando todavía el abecedario era un lujo de gran ciudad. Había enseñado a los padres, a los hijos y a los hijos de los hijos. Y había dado baquetazos en las cabezas más importantes del pueblo. Hacía tiempo que se había retirado de la enseñanza y que vivía sola en aquella casita remota, pero hubiera podido dejar abiertas las puertas de par en par, sin temor, porque “la señora Cristina” era un monumento nacional y nadie se hubiera atrevido a tocarle un dedo.


– ¿Qué sucede? – preguntó la señora Cristina.


– Ha ocurrido un suceso – explicó Expedito. Ha habido elecciones comunales y han triunfado los rojos.


– Mala gente los rojos – comentó la señora Cristina.


– Los rojos que han triunfado somos nosotros – continuó Expedito.


– ¡Mala gente lo mismo! – insistió la señora Cristina. En 1901, el cretino de tu padre quería hacerme sacar el Crucifijo de la escuela.


– Eran otros tiempos – dijo Expedito. Ahora es distinto.


– Menos mal – refunfuñó la señora Cristina. ¿Y entonces?


– Es el caso que nosotros hemos ganado, pero hay en la minoría dos negros.


– ¿Negros?


– Sí, dos reaccionarios: Spilletti y el caballero Bignini.


La señora Cristina rió burlonamente: – Esos, si ustedes son rojos, los harán volverse amarillos de ictericia. ¡Imagínate, con todas las estupideces que ustedes dirán!


– Por eso estamos aquí – dijo Expedito. Nosotros no podemos acudir sino a usted porque solamente en usted podemos confiar. Debe ayudarnos. Se comprende que pagando.


– ¿Ayudar?


– Aquí está todo el consejo municipal. Vendremos tarde, al anochecer, para que usted nos haga un repaso. Nos revisa los informes que debemos leer y nos explica las palabras que no podemos comprender. Nosotros sabemos lo que queremos y no necesitamos de tanta poesía, pero con esas dos inmundicias es preciso hablar en punta de tenedor o nos harán pasar por estúpidos ante el pueblo.


La señora Cristina movió gravemente la cabeza.


– Si ustedes en vez de andar de vagos hubieran estudiado cuando era tiempo, ahora…


– Señora, cosas de treinta años atrás.


La señora Cristina volvió a calarse los anteojos y quedó con el busto erguido, como rejuvenecida en treinta años. También los visitantes se sentían rejuvenecidos en treinta años.


– Siéntense – dijo la maestra. Y todos se acomodaron en sillas y banquetas.


La señora Cristina alzó la llama del candil y pasó revista a los diez. Evocación sin palabras. Cada cara un nombre y el recuerdo de una niñez.


Pepón estaba en un ángulo oscuro, medio de perfil; la señora Cristina levantó el candil, luego lo bajó rápidamente, y apuntando con el dedo huesudo dijo con voz dura:


– ¡Tú, márchate!


Expedito intentó decir algo, pero la señora Cristina meneó la cabeza.


– ¡En mi casa Pepón no debe entrar ni en fotografía! – exclamó. Bastantes juderías me hiciste, muchacho. ¡Bastante y demasiado gordas! ¡Fuera de aquí y que no te vea más!

Expedito abrió los brazos desolado: – Señora Cristina, ¿cómo hacemos? ¡Pepón es el alcalde!

La señora Cristina se levantó y blandió amenazadora una baqueta.


– ¡Alcalde o no, sal de aquí o te pelo a golpes la calabaza!


Pepón se alzó. – ¿No les había dicho? – dijo saliendo. Demasiadas fechorías le hice.


– Y acuérdate de que aquí no pones más los pies aunque llegaras a ministro de Educación. – Y volviendo a sentarse, exclamó: ¡Asno!


* * *

En la iglesia desierta, iluminada solamente por dos cirios, don Camilo estaba platicando con el Cristo.


– No es ciertamente por criticar vuestra obra – concluyó en cierto momento; pero yo no hubiese permitido que un Pepón llegara a alcalde en un consejo donde sólo hay dos personas que saben leer y escribir correctamente.


– La cultura no cuenta nada, don Camilo – contestó sonriendo el Cristo. Lo que vale son las ideas. Con los lindos discursos no se llega a ninguna parte si debajo de las hermosas palabras no hay ideas prácticas. Antes de emitir un juicio, pongámoslo a prueba.


– Justísimo – aprobó don Camilo. Yo decía esto simplemente porque si hubiese triunfado la lista del abogado, tendría ya la seguridad de que el campanario sería reparado. De todos modos, si la torre se derrumba, en compensación se levantará en el pueblo una magnífica Casa del Pueblo, con salas de baile, despacho de bebidas, salones para juegos de azar y teatro para espectáculos de variedades.


– Y una casa de fieras para encerrar las serpientes venenosas como don Camilo – concluyó el Cristo.


Don Camilo bajó la cabeza. Le desagradaba haberse mostrado tan maligno. Luego la levantó y dijo:


– Me juzgáis mal. Sabéis lo que significa para mí un cigarro. Bien; éste es el último que tengo y ved lo que hago.


Sacó del bolsillo un cigarro y lo hizo trizas en la enorme mano.


– Bravo – dijo el Cristo. Bravo, don Camilo: acepto tu penitencia. Pero ahora hazme el favor de arrojar al suelo esos restos, porque tú eres capaz de guardarlos en el bolsillo y fumarlos luego en pipa.


– Pero estamos en la iglesia – protestó don Camilo.


– No te preocupes, don Camilo. Arroja el tabaco en ese rincón.


Don Camilo así lo hizo bajo la mirada complacida del Cristo y en ese momento se oyó llamar a la puerta de la sacristía y entró Pepón.


– Buenas tardes, señor alcalde – dijo don Camilo con mucha deferencia.


– Dígame – dijo Pepón, si un cristiano tiene una duda sobre algo que ha hecho y viene a contárselo a usted, y usted advierte que aquél ha cometido errores, ¿usted se los hace notar, o los deja pasar?


Don Camilo se fastidió: – ¿Cómo te atreves a poner en duda la rectitud de un sacerdote? El primer deber de un sacerdote es el de hacer reparar al penitente con claridad todos los errores que ha cometido.


– Bien – dijo Pepón. ¿Está usted listo para recoger mi confesión?


– Estoy.


Pepón sacó del bolsillo un grueso cartapacio y empezó a leer: “Ciudadanos, mientras saludamos la victoriosa afirmativa de la lista”.


Don Camilo lo interrumpió con un ademán y fue a arrodillarse ante el altar.


– Jesús – murmuró, ¡yo no respondo más de mis actos!


– Respondo Yo – contestó el Cristo. Pepón te ha vencido y tú debes acusar honradamente el golpe y comportarte conforme a tus obligaciones.


– Jesús – insistió don Camilo, ¿os dais cuenta de que me hacéis trabajar para el comité de Agitación y Propaganda?


– Trabajas para la gramática, la sintaxis y la ortografía, que nada tienen de diabólico ni de sectario.


Don Camilo se caló los anteojos, empuñó el lápiz y puso en regla las frases bamboleantes que Pepón debía leer el día siguiente. Pepón releyó gravemente.


– Bien – aprobó. Lo que no entiendo es esto: donde decía “Es nuestro propósito hacer ampliar el edificio escolar y reconstruir el puente sobre el Fosalto”, ha puesto usted: “Es nuestro propósito hacer ampliar el edificio escolar, reparar la torre de la iglesia y reconstruir el puente sobre el Fosalto”. ¿Por qué?


– Por razones de sintaxis – explicó don Camilo gravemente.


– Dichosos ustedes que han estudiado el latín y conocen todos los detalles de la lengua – suspiró Pepón. Así – agregó – se esfuma la esperanza de que la torre caiga y le aplaste la cabeza.


Don Camilo abrió los brazos: – Es preciso inclinarse ante la voluntad de Dios.


Después de haber acompañado a Pepón hasta la puerta, don Camilo fue a saludar al Cristo.


– Bravo, don Camilo, le dijo el Cristo sonriendo. Te había juzgado mal y me duele que hayas roto tu último cigarro. Es una penitencia que no merecías. Pero seamos sinceros: ha sido bien villano ese Pepón al no ofrecerte ni un cigarro después del trabajo que te has tomado por él.


– Está bien – suspiró don Camilo, sacando del bolsillo un cigarro y disponiéndose a triturarlo en su gruesa mano.


– No, don Camilo; ve a fumarlo en paz, que te lo mereces.


– Pero…


– No, don Camilo, no lo has robado. Pepón tenía dos en el bolsillo; Pepón es comunista y escamoteándole diestramente uno, tú no has hecho más que tomar tu parte.


– Nadie mejor que Vos sabe de estas cosas – exclamó don Camilo con mucho respeto.


Giovanni Guareschi

sábado, 22 de noviembre de 2008

Feliz cumpleaños


EN LA FIESTA
DE BLAS

El 22 de noviembre, festividad de Santa Cecilia, llegó a sus primeros noventa años nuestro querido amigo, maestro, camarada y hermano, Blas Piñar. No cometeremos la torpeza de intentar en dos líneas una semblanza de su obra notable; ni cometeremos la desubicación de rendirle un homenaje de esos que más semejan un obituario que un festejo. Blas —que entre otros dones, ha sido tocado por el del permanente y chispeante sentido del humor— no nos lo perdonaría.
Sólo queremos decir la verdad. Y la verdad es que los noventa años de la vida de este hombre singular, estuvieron consagrados por entero a Cristo Rey y a la España Eterna. Consagrados sin reservas, sin vacilaciones, sin desmayos ni pausas. Consagrados cuando la lozanía de la juventud lo acompañaba, y cuando la enfermedad destrató su cuerpo; cuando la Iglesia y nuestra Madre Patria eran dos realidades fulgurantes, y cuando ambas cayeron bajo las desgarraduras de la traición y del dolor.
El mérito enorme de Blas —el que ni siquiera los peores enemigos han osado jamás ponerlo en cuestión— es el de la coherencia, el de la lealtad, el de la fidelidad a los ideales de la Cruzada. Por esos ideales sigue dando batalla, y nosotros profesándole nuestra admiración y nuestro afecto. Ejemplo de lucidez y de coraje, de patriotismo militante y de sentido apostólico de la vida, le llegue desde estas llagadas tierras argentinas, que alguna vez formaron el mismo Imperio con las de Iberia, nuestro saludo diestra en alto, y el inclaudicable grito de ¡Arriba España!

Un bello de texto de Don Blas, que vale la pena recordar:


HIPÓCRITAS

Los que se amedrentan y atemorizan ante las explosiones termonucleares por vía de ensayo, y no tuvieron escrúpulos para lanzar la primera bomba atómica sobre los seres indefensos de Hirosima.

Los que condenaron al fuego hombres y ciudades, y en Nüremberg se erigieron en jueces de los criminales de guerra.

Los que hoy, pusilánimes y temblorosos, llaman la atención sobre el peligro comunista, y se aliaron con el comunismo entregándoles como botín patrias y culturas.

Los que alardean, vocingleros, de anticomunistas, y, en el fondo, buscan anhelantes una fórmula de coexistencia que les permita vivir tranquilos, aunque millones de hombres continúen gimiendo como esclavos los que firman alianzas y establecen bases estratégicas de carácter militar en países a los que llaman amigos, y luego los abandonan indiferentes y mudos cuando estos países se encuentran en el momento difícil.

Los que incitan a la lucha por la libertad movilizando voluntades con espíritu de sacrificio, y después, iniciada la lucha, permanecen impasibles ante la represión brutal del enemigo.

Los que hicieron su historia y su grandeza volando buques y atribuyendo culpas para justificar la intervención armada en beneficio propio, y ahora se escandalizan de sus mejores discípulos.

Los que hablan de libertad de pensamiento y de libertad de prensa, y de modo sistemático, y con arreglo a prejuicios irreformables, ahogan ciertas noticias, las desfiguran o las inventan, y en vez de una censura inspirada, aunque cometa errores, en el bien común, crean tantas censuras solapadas y clandestinas como intereses sectarios o grupos de presión económica y política.

Los que presumen de anticolonialistas, y al exigir la independencia y la autodeterminación de los pueblos subdesarrollados, pretenden uncirlos al yugo de una total dependencia económica.

Los que quisieron o toleraron la división de Berlín, de Alemania, de Corea y del Viet-Nam, y se rasgan las vestiduras y atropellan el derecho por la división del Congo.

Los que facilitaron armas, brindaron aliento y proporcionaron la mayor propaganda gratuita a Fidel Castro, y se estremecen ante los horrores del sistema y, lo que es más grave, ante su enorme fuerza de contagio.

Los que mantienen relaciones diplomáticas con las naciones ocultas tras el telón de acero o el telón de bambú, y patalean si otros Gobiernos de la órbita occidental aspiran a seguir su ejemplo.

Los que juegan a mantener gobiernos liberales sin apoyo popular auténtico y sin obra social entre las manos a sabiendas de su enorme debilidad para oponerse al marxismo.

Los que ofrecen millones en concepto de ayuda generosa, y abonan precios de hambre por la riqueza obtenida en los países a los cuales la ayuda se ofrece.

Los que predican los derechos del hombre, y, sin embargo, le arrancan el derecho a la vida al impedir los movimientos migratorios, condenan al hambre a millones de ciudadanos y estimulan, sin preocupaciones morales, el control de los nacimientos y el aborto.

Los que hablan de democracia, de sufragio universal y de un hombre un voto, y después condicionan el voto al pago de un impuesto, para evitar el voto de los negros pobres, o al conocimiento del inglés, para evitar el voto de los ciudadanos de raíz cultural distinta; los que exigen el respeto a las minorías, y ahogan con hábil y paciente terquedad a las que existen dentro de las propias fronteras.

Los que mientras favorecen las llamadas reivindicaciones territoriales de otras naciones mantienen con orgullo colonias inútiles en países soberanos.

Los que hacen del pacifismo y de la no violencia adagio y norma de conducta, y usan la fuerza cuando así lo consideran oportuno.

Los que a un tiempo atropellan al débil y observan una actitud cobarde respeto frente al vecino poderoso que los ofende.

Los que se dicen defensores ardientes del mundo occidental, y abren, negociando y a espaldas de Occidente, un portillo por el cual un río de divisas occidentales contribuye a aumentar la fuerza del comunismo.

Los que nos ofrecen su amistad y, a esas alturas y refiriéndose al descubrimiento de América, se atreven a escribir con carácter oficial: “It was no accident that the voyages which led to the discovery of America were led by an Italian. Italian seamanship was supreme. The exploration of the Western Hemisphere was a direct result of the inquiring mind of 15th century Italy”, desconociendo y despreciando así la obra de España.

Los que eluden el vocablo Hispanoamérica y no estarían dispuestos a conseguir consentir que se hablase de África latina.

Los que lisonjean al llamado catolicismo liberal y progresista, y buscando su colaboración y ayuda bajo el lema de comprensión, diálogo y claridad, acaban, cuando triunfan, persiguiendo y aniquilado a la Iglesia de Cristo. Pero nada es tan oculto que no se haya de manifestar, ni tan secreto que al fin no se sepa (San Lucas, XII, 2). En estos años hemos aprendido muchas cosas, tantas y tan graves, que a nuestros hermanos podemos repetir aquello de Cristo: “Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”.

Blas Piñar

viernes, 21 de noviembre de 2008

En la semana del 20-N (III)


LA LUZ QUE VIENE DEL VALLE




Generalísimo Francisco Franco Bahamonde,

José Antonio Primo de Rivera,
Caídos por Dios y por España:


¡Presentes!

¡Arriba España!

¡Viva España!


jueves, 20 de noviembre de 2008

En la semana del 20-N (II)


MI HONOR
ES LEALTAD

Cuando se borra toda sospecha de que alguien pueda estar levantando una bandera esperando recompensa, el pulso se vuelve más enérgico, el ademán más impasible, y el latido flameante del corazón se hace uno con el de la enseña que ondea.

Cuando se ama de verdad, no cuentan los años de la ausencia, la silla vacía, el balcón desolado: en nuestros ojos sigue viva la figura entrañable con uniforme de Capitán General.

Cuando se tiene memoria y ésta no se ha encanallecido, el recuerdo se endulza y hasta la nostalgia tiene algo de hermoso. El ser querido es convocado permanentemente y vuelve a ser presencia cotidiana.


Cuando la fecha marca que es el día exacto de la recordación, la escarapela busca nuestro pecho no porque sea obligado llevarla, sino porque de la abundancia del corazón mana una fuente de agua roja y gualda. Y si bien lo hace todo el año, ese día la riada es más cálida y permanente.


Cuando nadie más se acuerde, Dios nos permita seguir estando. No pedimos más que el puesto del vigilante que vela y musita una oración en la alborada. En el alba combatiente, el aire lleva ardor guerrero, vibrando al igual que el amor patrio.

Cuando las cucarachas se empeñen en agujerear la tierra para buscar huesos y regodearse en el lodazal de los perjuros, sabremos que no hay zarpa que pueda contaminar la santidad y la gloria.


“Los llantos desgarrados al ver el Caudillo no eran sólo de mujeres; hombres maduros rompían en lágrimas; jóvenes nacidos bajo la paz de Franco lloraban también. No había edad para el llanto: había sólo emoción y gratitud por el hombre excepcional que yacía en un ataúd.


“Una viejecita —siete horas en la cola, soportando una cruda noche de viento helado—, se santiguó ante el cadáver, y con el meloso hablar gallego, que denunciaba su origen, dijo: «¡Adiós, Paquiño, hasta el cielo!» Un viejo legionario, curtido en emociones y peligros, depositó su gorro de la Legión con todo respeto ante el féretro, y cayó de rodillas con los brazos en cruz, exclamando: «¡Adiós, mi general, que Dios le tenga en su gloria!»

“O aquel grupo de jóvenes ciegos de nacimiento, que se acercaron llorando y extendieron sus manos para tocar el ataúd, ya que sus ojos muertos no podían ver a Franco”.


Estos testimonios de un pueblo agradecido no pueden borrarse por decreto. Como tampoco cuarenta años de unidad, grandeza y libertad de España, obra de un Caudillo forjador de patrias imperiales.


Aquella bandera levantada, la del latido flameante del corazón, seguirá ondeando a perpetuidad. Es que en el cielo —nuevo alcázar ferrolano del Generalísimo— no hay tiempo.

Rafael García de la Sierra

martes, 18 de noviembre de 2008

En la semana del 20-N (I)


MEMORIA Y MENSAJE
DE LOS HÉROES

Distantes estamos del anhelo de Thomas Carlyle de un mundo que “no fuera el caos provisto por urnas electorales”. Nada mejor entonces que buscar, en este noviembre, a los que no están muertos para el recuerdo y menos aún para la gloria. Dios permita que a través del puente de la oración podamos ensamblarnos con sus almas. Y ello en estos días, cuando la calle parece más canalla y el alcohol y la droga ponen en las conciencias el ansia infamante de la renunciación a todo lo virtuoso.

Sin embargo, hay otra realidad. De esta manera la exponía el pensador arriba citado en una de sus páginas más memorables: “Los acicates que obran sobre el corazón humano son la dificultad, el sacrificio, el martirio, la muerte, si enardecemos su vida interna obtendremos una llama que consumirá todas las consideraciones inferiores”. Esto no lo pueden entender ni aceptar los tahúres de la democracia que juegan con las barajas marcadas por todas las inmoralidades y timbean los espíritus honrados de las gentes. He aquí la razón por la que creemos llegado el momento de hablar con el sentido y el estilo nuestro, vertical con ansia de cielo y profundo como el tajo de un arado en nupcias con la tierra húmeda.

Veamos una rápida síntesis. Comencemos por la Vuelta de Obligado (20 de noviembre de 1845), la batalla por la Patria Grande y su Honor. Éste, como señalaba Osvald Spengler, “es asunto de sangre, no de entendimiento; si se reflexiona ya se está deshonrado”.

Allí se enfrentó al enemigo sin cálculos sobre su poder de fuego. A puro coraje. Cerrando el río Paraná con veinticuatro barcos encadenados de orilla a orilla y disponiendo tres mil guerreros en ambas márgenes con cuatro baterías formadas por pequeños y viejos cañones de bronce. El plan lo preparó el Restaurador Rosas y de esa manera lo cumplió el General Lucio Mansilla.

Frente a ellos, los Interventores con ochenta buques mercantes precedidos por otros tantos barcos de guerra armados con cohetes a la Congreve y artillería Payhans disparando balas de setenta libras de peso. Contaban además un con importante número de infantes de marina listos para el desembarco. Durante diez horas se luchó brava y tenazmente. En victoria pírrica los franco-ingleses pasaron río arriba, pero fue tal el hostigamiento que los acompañó que tuvieron que regresar.

El nuevo imperialismo fenicio veía fracasar su propósito de crear estados “independientes” con Corrientes y Entre Ríos y hacer de Montevideo una base y factoría comercial amén de abrir los ríos interiores como lo pretendían desde los tiempos de la Santa Alianza. Los designios pedestres y balcanizadores recibieron un rotundo “NO” escrito con sangre.

El Sistema Americano rosista luchaba por mantener la realidad geopolítica del Virreinato, la misma que fuera defendida por Artigas cuando en el Congreso Oriental de Tres Cruces (1813) proclamaba: “Ni por asomo la separación nacional”. Una posición que se reiteraría en 1815, cuando rechazó la propuesta del Director Álvarez Thomas para hacer independiente a la Banda Oriental del Uruguay. Unidad de las tierras perfilada desde los tiempos de Garay y Hernandarias; tierras que se cubrieron de gloria con Don Juan Manuel de Rosas. La muerte del Restaurador, acaecida hace ciento treinta años (el 14 de marzo de 1877) hizo pleno el sentido de su vida como una etapa en la larga lucha de la Patria Grande Hispanoamericana. Por ello el Caudillo fascinante sigue siendo futuro.

Pero no nos detengamos porque estas semanas nos traen el sesquicentenario de un Grande Oriental Argentino. El 12 de noviembre de 1857 entraba en la inmortalidad el Brigadier General Don Manuel Oribe. Su figura está en el pasado que es nuestra matriz. Y así lo vemos con el linaje limpio de un Hidalgo Cristiano Viejo que lleva en sus venas sangre del Cid Campeador, recibida de su madre, doña Francisca de Viana.

Oficial de Artigas e inmediato en grado del General Lavalleja en la Cruzada de 1825 para la reincorporación Oriental a la Patria. Héroe en Sarandí e Ituzaingó. Presidente de la República en 1835. Derrocado en 1838 por la coalición unitario riverista francesa, marchó a Buenos Aires donde Don Juan Manuel de Rosas lo designó Comandante en Jefe del Ejército de la Confederación Argentina.

A su frente realizó la campaña de las Provincias en la que su espada “cansó el brazo de la Victoria”. Luego de Famaillá, Quebracho Herrado y Rodeo del Medio, su triunfo en Arroyo Grande “fue decisivo y trascendental en el organismo argentino”. Regresado a la Patria sitió al Montevideo meteco y junto al Restaurador formó, desde el Cerrito de la Victoria y con Palermo de San Benito, el eje tradicionalista americano contra las intervenciones europeas manejadas por los logistas rapaces del liberalismo.

Dio constantes ejemplos de religiosidad levantando numerosos templos. La enseñanza primaria, secundaria y terciaria, fue objeto de su atención declarando “instituida la Universidad Mayor”. En lo político buscó restaurar el principio de autoridad naufragado a partir de 1810. Desde el más allá nos llega su mensaje: nobleza, austeridad y religiosidad. En sus sesenta y cinco años de vida honró a la Patria y al escudo de sus antepasados en el que, sobre campo de azur, brillan cinco estrellas de oro.

Ahora, atalayados ya en el siglo XXI, observemos la centuria pasada para valorizar a dos Héroes de la Hispanidad cuyos nombres van en letras de alto relieve. Éstos son: Don José Antonio Primo de Rivera y Don Francisco Franco Bahamonde. Ambos están a la derecha de Dios. Desde el 20 de noviembre de 1936 cuando cae en Servicio de Dios y la Patria quien lucía nombre de César y en la misma fecha, pero de 1975, el Caudillo Invicto por la Gracia de Dios.

La figura y el pensamiento de José Antonio llegan muy hondo a nuestro corazón porque antepasados suyos dejaron en el Nuevo Mundo sangre y años de militancia vivificadora. Realidad atávica para empujar en el esfuerzo supremo. Capitán de modernas legiones con Camisas Azules, su cauce hubo de abrirlo con las uñas porque la tierra estaba reseca de ateísmo radical, erosionadas las identidades colectivas por la partidocracia, todo economismo con la reducción del hombre a la categoría de mero instrumento.

Era la obra del proceso demoledor de la Edad Moderna, que en su etapa del individualismo romántico despotenció la convivencia social ordenada y llegó a situar al individuo como una materia pura. Como una simple combinación físico-química.

El camino restaurador previsto por José Antonio fue señalado en su discurso del mes de noviembre de 1935. Así decía en uno de los párrafos: “que vuelva a hermanarse el individuo con su contorno por la reconstrucción de esos valores libres y eternos que se llaman el individuo portador de un alma, la familia, el sindicato, el municipio, unidades naturales de convivencia”. Pero que quede bien claro. El mensaje joseantoniano no es un precipitado intelectual, o pura labor para los arqueólogos y los eruditos del pensamiento político-social, sino un ofrecimiento intelectual, una posibilidad de vigencia constante.

Hoy como ayer sigue siendo válido su concepto de los valores superiores —del Hombre, de la Patria, de la Justicia— a los que sirven los instrumentales: la Política, y la Economía como impulsión de las comunidades humanas hacia su realización. En mil páginas de su obra hallamos su rechazo del individualismo demoliberal y de su hijo, el colectivismo marxista, junto al materialismo economista burgués y bolchevique. Nos legó con la Falange una manera de ser Nacionalsindicalista que mostró con su vida y muerte. Concordancia entre pensamiento y acto. Existencia de combate civil y espiritual. Por eso fue que exigía el comportamiento de caballeros, “mitad monjes y mitad soldados”.

El hombre providencial en aquella España desgarrada por la agresión roja se llamó Francisco Franco. En 1936 se había quebrado la legalidad republicana al convertirse el mismo poder en promotor de la más radical subversión. La situación era —entonces— de vida o de muerte. Caudillo de Guerra, Franco cumplió el juramento hecho ante Dios cuando fue proclamado como Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos en un barracón del aeropuerto de Salamanca. La guerra y la paz pidieron y lograron la misma mano. Ella fue la que condujo todo con firmeza cuando a partir del año 1946 el bloqueo a escala internacional movilizó a las fuerzas públicas o secretas que, por ser enemigas de España, intentaron vencerla por medio de la asfixia económica.

De aquellos momentos dificilísimos, recuerda Laureano López Rodó “la importancia que tuvo la presencia del hombre excepcional que supo capitalizar las energías latentes y le dio a su pueblo confianza en si mismo”. Y llegó la Victoria que fue para todos.

En su último discurso, pocos días antes de entregar su alma al Creador, Franco volvió a denunciar el accionar de la Masonería. Fue el postrer alerta del Caudillo a la Madre Patria y casi diríamos también al mundo católico para que se dispusiera a afrontar nuevos peligros. Entre ellos iba implícito el fenómeno de la globalización y su esclavizante uniformidad que “sólo se ha podido desarrollar gracias a la alianza entre el neoliberalismo y el progresismo contestatario de los sesenta” (Arnaud Imatz).

El autor francés que nos ocupa y cuyo nombre es Alain Couartou, en el estudio que tituló “José Antonio entre el odio y el amor” (Editorial Altera, Barcelona, 2006) nos anoticia además que hace décadas “el filósofo Augusto del Noce señaló que las protestas de mayo del ´68 habían ayudado al poder a destruir los valores que el neo capitalismo consideraba superados”.

Así los “enunció en el siguiente abecedario”: “la tradición, el sentido de lo sagrado, el apego a las raíces, a la identidad cultural e histórica y al vínculo con una comunidad de hombres y valores”.

La invasión bárbara y nihilista del posmodernismo se está produciendo con inmensa fuerza. Ante las defensas que parecen ceder no podemos ser indiferentes al mensaje que desde el más allá nos hacen llegar los Héroes. Cumplamos nuestro deber. Ocupemos nuestro puesto en el Buen Combate. El pecado de omisión nos hará responsables ante Dios.

Luis Alfredo Andregnette Capurro