martes, 19 de febrero de 2008

Revelaciones Rousseaunianas


¿MÁS DEMOCRACIA?


N
o estriban los males de la democracia tanto en la partidocracia, como en la democracia misma. Los partidos políticos, aunque enemigos de toda autoridad bien constituida, podrían fungir al fin de cuentas, y bajo determinadas condiciones, un símil de autoridad; siéndoles aplicables benévolamente lo que se dice de la policía ineficaz: más vale una mala policía que ninguna policía.

Es cierto que disfrutan de un poder mal habido por virtud de la exclusividad que les otorgan las leyes electorales para presentar las listas de candidatos. Que ninguno de los variados proyectos de reforma política, redactados por sus personeros, que rondan por el Congreso, propone la eliminación de ese privilegio. Que el privilegio implica la transformación de la república en una oligarquía que se representa a sí misma. Que esta oligarquía no tiene parentesco alguno, ni memoria de las tradiciones del patriciado fundador. Que es una minoría de advenedizos de origen intérlope y hábitos espurios. Que el goce de un poder sin riesgos ni sobresaltos durante un cuarto de siglo, la ha corrompido hasta el caracú. Que por su incompetencia y deshonestidad esencial ha destruido la prosperidad argentina y ha dejado al país abrumado por una deuda externa hoy impagable.

Y, sin embargo, estos parásitos todavía recogen votos en sus propios partidarios y aun en el electorado independiente. Votos de descarte, votos por el menos malo, por no perderse el viaje a la mesa escrutadora, por dar alguna respuesta a una amable encuestadora, por lo que sea, pero votos al fin, que tienen el efecto de consagrar la persistencia del Régimen.

Si las encuestas no engañan —lo que no es nada seguro— admitamos que existe un porcentaje de intención de voto estimable en acaso un 40% de personas en total a favor de alguna bandería. Esto es razonablemente comprensible. Es cierto que no se precisa de encuestas para informarse del desprecio que se tiene a los políticos, a los cuales la generalidad califica con una frase día a día menos injusta: “Son todos chorros”. Pero es cierto también que, a un mismo tiempo, ha habido quienes votaron a Menem y quienes volvieron a votarlo. Y hay quienes estarían dispuestos a votar de nuevo a Alfonsín o a hacer otro ensayo con Kirchner. “El número de los imbéciles es infinito”, dice el Eclesiastés, y es la opinión que tienen los propios políticos de la gente que los vota.

La “gilada” se llama en la intimidad del comité a los entusiastas que van espontánea y gratuitamente tras las banderas partidarias. Hoy ya son los menos, como se comprueba en las manifestaciones de cualquiera de los partidos denominados mayoritarios, y ni qué hablar de los demás.

Son las señales de un régimen que se acaba. Pero entretanto alguien tiene que gobernar en este preludio de anarquía. La anarquía perfeccionada podría sobrevenir si se aplicaran y generalizaran los mecanismos de democracia directa y semi-directa, que los hijos del Pacto de Olivos introdujeron en la Constitución. Ahí tendríamos a la muchedumbre gobernando desde la plaza pública, o con el tiempo cada cual desde su casa, vía internet.

La pesadilla hoy es realizable, y produciría peores efectos que las votaciones en favor de Yrigoyen y Perón. Nada ni semejante al régimen de las repúblicas de la antigüedad. Fueron éstas repúblicas aristocráticas, y cuando intentaron la democracia, extendiendo el sufragio a la plebe, a la postre terminaron en la autocracia de los césares, los emperadores o los tiranos. Cualquier cosa aceptaron entonces los pueblos, antes que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. A la larga también el nuestro acabará sintiendo de igual modo.

No muy distinto era el juicio de Juan Jacobo Rousseau, con quien los demócratas cometen la misma irreverencia de los marxistas con Marx: invocarlo, admirarlo y hasta citarlo, pero no leerlo. Decía Rousseau: “Si hubiera un pueblo de dioses se gobernaría democráticamente. Un gobierno tan perfecto no conviene a los hombres”. Y con más precisión: “Si se toma la palabra en todo el rigor de su significado, nunca existió una verdadera democracia, ni existirá jamás. Va contra el orden natural que los más gobiernen y que los menos sean gobernados”.
Ricardo Alberto Paz

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