jueves, 20 de diciembre de 2007

En la semana del asesinato de Sacheri (II)


DESPEDIDA AL CAMARADA

Amigos: Estamos reunidos aquí para despedir los restos de un hombre joven —41 años— que fuera ayer vilmente asesinado.

Esa juventud no le impidió ser un brillante intelectual y gozar de gran nombradía como profesor de filosofía tomista.

Desde sus comienzos, como estudiante de la Universidad de Laval —en Quebec— donde de discípulo del eminente tomista Charles de Konick pasó, al egresar, a ser colaborador en la cátedra hasta su actuación en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Católica, Sacheri no fue un mero repetidor sino que estableció vínculos de magisterio directo, personal y moral sobre gran número de discípulos que reconocen con orgullo que a él le deben su formación.

Yo, personalmente, cuando lo visité en Canadá, donde tuve el honor de ser su huésped, pude comprobar la alta estima de que gozaba en la Universidad de Laval, donde se le reconocía su versación en el tomismo y su aptitud para aplicarlo a la vida.

Este espíritu de entrega se puso de manifiesto en su generosidad para pronunciar conferencias y dictar cursillos a todos aquellos que se lo pedían movidos por inquietudes religiosas o intelectuales.

Sus dos libros: “La Iglesia Clandestina” y “La Iglesia y lo Social”, son prueba de su apostolado efectivo para denunciar las adulteraciones del pensamiento católico, las cuales no han producido sus catastróficas consecuencias en nuestro país, debido, sin duda alguna a aquellas oportunas precisiones, repetidas con incansable tenacidad, en innumerables conferencias pronunciadas por toda la república.

Pero ello no le impidió a su pluma estar presente con brillantez en una continua actividad periodística, donde a través de artículos de solidez doctrinaria buscaba restablecer la Cristiandad en el orden social y el primado de la inteligencia en el orden de las ideas.

Y así desde su primer artículo sobre Mamerto Esquiú en la revista Presencia en 1955, como luego en Verbo, Universitas, Premisa, Cabildo, Mikael, se puede decir que no existe publicación de pensamiento católico en el país donde su seguro magisterio no se haya contribuido con sus importantes aportes.

Las empresas superiores, como aquellas en las que se ve envuelta la defensa de la Patria o el santo nombre de Dios, requieren pureza de la acción y en el ímpetu que la genera.

Más que un intelectual de valía, más que un profesor de brillantes dotes, Carlos Alberto Sacheri era un verdadero apóstol. Nosotros vivimos urgidos por el tiempo y la prisa con que acontecen los hechos de esta historia convulsa y confusa que nos tiene por sus protagonistas. Sacheri conocía muy bien las apremiantes exigencias del apostolado de hoy, tan lleno de Judas que traicionan lo más sagrado y de Pilatos que se lavan las manos.

Sabía que el apóstol de hoy debe trabajar para lograr apóstoles bien formados, intelectualmente claros, apóstoles de vida profunda. Por eso en él, el intelectual, el hombre de pensamiento rico no se agotaba en frías exposiciones escolásticas, sino que sus alumnos eran llevados por su ejemplo y su consejo a fortalecer su vida interior, por ejemplo, haciéndoles participar especialmente de ejercicios espirituales para que la actividad externa no llegara de modo alguno a debilidad la vida interior que, en última instancia, es la que nutre de energía al combatiente y le descubre la belleza de una total entrega y de una inmolación cada vez más profunda.

Cuando el apóstol es dócil y fiel a la gracia, Dios lo purifica, lo afirma, y lo prepara para una muerte feliz. Parecería, quizá, esta afirmación, inoportuna, aventurada, en el caso que hoy nos congrega aquí.

Pero, ¿puede el cristiano —me pregunto— aspirar a muerte más consoladora que morir por la verdad de Cristo?

¿Hay acaso una muerte más envidiable que la del que cae luchando por el honor de Dios?

Por eso, ¡infelices asesinos!: Han querido suprimir un jefe, y nos entregan, erguido, como una bandera de lucha, como un lábaro orientador, a un formidable ejemplo de coherencia entre ideales y conducta que será semilla de jóvenes esforzados y de paladines de mañana.

Toda esa dilatada juventud que en nuestro país se siente tentada por el desaliento ante el inacabable desfile oficial de pícaros, granujas, logreros y mediocres tiene hoy, gracias a la ceguera de los que matan por la espalda, en el ejemplo de fidelidad a sus ideales del Profesor Jordán Bruno Genta —ayer—, y hoy en nuestro entrañable amigo Carlos Alberto Sacheri guiones a los que seguir y conductas a imitar.

Ningún joven, pues, tiene ya derecho a mirar con desesperanza a su alrededor o a lamentarse de su soledad o de la falta de maestros. Porque ya los tiene, cubiertos de sangre.

Maestros que supieron dar una impresionante lección, su última y mejor lección con sus muertes ejemplares.

Por eso debe haber una serena alegría en nuestros corazones —tranquila paz—, como hay gozo en el cielo, porque las tinieblas se disipan y se distinguen los bandos: uno que agrupa a las sectas donde se desprecia a la Patria, se niega nuestra tradición y se odia a Dios. El otro, que une a los que no temen el riesgo ni se niegan al esfuerzo, si ellos son requeridos para dar un testimonio —es decir, para ser mártires— por los más altos ideales que pueda el hombre tener: la Patria donde vio la luz y Dios que le dio el ser.

Como sospecho, con fundamento, que habrá aquí más de un enviado por las fuerzas asesinas para ver si la muerte de este hombre justo que fue Carlos Alberto Sacheri nos ha dolido, a ellos me dirijo para decirles: Pues bien, nos ha dolido… y mucho. Pero no con el dolor de bestia herida, sin esperanza y sin fe con que ustedes reciben el sufrimiento.

El nuestro quiere ser un dolor cristiano, trascendente, operante, creador. Sin proyectar venganza. Porque la venganza sacia el rencor pero debilita el ánimo. Ese ánimo que tenemos que tener vigoroso y libre para la lucha.

¡Cuánto más se podría decir de ti, intachable Carlos Alberto Sacheri, si nos animáramos a echar una mirada en tu vida de hogar! Esposo sin tacha y padre ejemplar. Les has dejado a los tuyos una herencia espiritual de valor incalculable, expresada por tu sangre generosa que bañó a tu mujer y a tus siete hijos cuando los cobardes te dieron muerte al volver de la iglesia donde diariamente te unías a Dios.

Cuánto grande se podría decir de ti, si entrásemos a considerar la delicadeza de tu amistad y tu hombría de bien.

Pero no serían las palabras más elocuentes que la congoja que adivino en tanto corazones de los aquí presentes.

Cuánto grande se podría decir de ti, si reparásemos en tus actitudes de ciudadano responsable y de argentino fiel a su patria. Pero me es difícil seguir porque se me nubla la vista.

Carlos Alberto Sacheri, cristiano fiel, patriota ejemplar, amigo sin doblez: descansa en paz. Y pídele a Dios para nosotros que nos prive del descanso, si no salimos de aquí resueltos a vivir a la altura de tu extraordinario ejemplo.
Juan Carlos Goyeneche

No hay comentarios.: