lunes, 18 de junio de 2007

Refutación


LA CONFUSIÓN
DE BECCAR VARELA


“Diré la palabra y no la callaré: lo que más temo para nosotros no son esos miserables de la comuna, verdaderos demonios escapados del infierno, es el liberalismo católico, ese sistema fatal que sueña en conciliar dos cosas imposibles, la Iglesia y la Revolución”.

(Pío IX)

I.- Bajo el título de “Un error que paraliza a los buenos patriotas”, Cosme Beccar Varela ha difundido en el Nº 794 de su publicación digital La botella al mar un intento de réplica a dos notas mías, escritas hace un par de años y vueltas a circular en la ocasión con el nombre de Ante una nueva farsa electoral. No al Régimen.

II.- A fuer de honesto, y sin ánimo beligerante, declaro que no tengo el hábito de leer a Cosme Beccar Varela, por lo que tardíamente me enteré de esta nueva agresión suya a mi persona, especie de destemplada necesidad cíclica que lo asalta de vez en vez. La razón de esta prescindencia que mantengo frente a su obra, obedece no sólo a diferencias raigales e insalvables con la misma, sino a una dolorosa constatación que me fuera revelada menos de un lustro atrás, en su anterior e inopinado estallido contra mis escritos. La constatación de la que hablo será llamada aquí, respetuosamente, solvencia intelectual poco entitativa. Y el episodio que me ocupa hoy lo ratifica con pesadumbre.

III.- En efecto, todo en la nota de Beccar Varela rezuma un penoso tributo a la Revolución y a la Modernidad, categorías ambas con las que no ha de andar jamás en maridaje un católico íntegro. Su defensa de la democracia, su deseo explícito de insertarse en ella, su convalidación del sistema, su fe en el constitucionalismo y en el electoralismo, su menosprecio por los ejemplos heroicos y por las autoridades espirituales, su criterio inmanentista, su conformidad con los procedimientos regiminosos, y su convocatoria a una praxis política respetuosa de las reglas vigentes impuestas por la tiranía, retratan un alma que carece de quicio doctrinal y del timón de la prudencia. Si se le suma su reciente declaración de que votará a Mauricio Macri (cfr. La botella al mar, nº 791,6 de junio de 2007), la pérdida del rumbo no puede atestiguarse de modo más patético. Por estas y otras razones que abrevio, esta respuesta mía no va dirigida a él —refractario a toda palabra que no sea de hegemonización personal— sino a quienes puedan ser víctimas fatales de sus extravíos.

IV.- Según Beccar Varela incurro en un “sofisma” al sostener que “la democracia está entre (…) las formas de gobierno con perversión intrínseca, puesto que ella comporta una subversión integral del Orden de la Ciudad, del que Dios es la cúspide”. Y atribuyéndome a continuación de este párrafo —que efectivamente tengo por propio— otro que no he escrito y que diluye con alguna torpeza lingüística y conceptual mis ideas, me hace decir que “luego, quienes participen mediante su voto y, peor aún, mediante el intento de proponer al electorado cualquier candidatura (aunque tenga un programa católico) cometerían un acto herético que implicaría la participación en la (…) funesta parodia de una autoridad ficta que se quiere radicar en las multitudes”.

V.- Cabría lato sensu la calificación de acto herético para el cometido por los demócratas como Beccar Varela, tomando al utopismo como herejía perenne, según la célebre dilucidación de Thomas Molnar. Utopismo que, en este caso, consiste en imaginar un topos en el que habitaría una democracia impoluta, fuera de la real y tangible, transida de todas las perversiones inimaginables. Utopismo segregador de la real ortodoxia, y por eso herético, con el que se pretende conciliar un modo de gobierno ilícito e impuro cual es el democrático, nada menos que con la Fe Verdadera. Pero hay algo más grave y más liviano a la vez que la comisión de este acto comporta. De la gravedad, que se vuelve pasible de un anatema, difícilmente se salve el demócrata Beccar Varela mientras el Syllabus mantenga su luz irrefragable. De la levedad que es el merecimiento del limbo de los liberales que decía Castellani, tal vez quede exento ante las actuales tendencias eclesiásticas de dar por periclitado aquel célico destino.

VI.- La réplica contundente a mi “sofisma” cree halllarla Beccar Varela en un texto de León XIII, que cita de segunda mano. Es aquel según el cual: “los que han de gobernar el Estado pueden ser elegidos en determinados casos por la voluntad y el juicio de la multitud, sin que la doctrina católica se oponga o contradiga esta elección. Con esta elección se designa al gobernante pero no se le confieren los derechos del poder”. Lastima constatar tanta deficiencia hermenéutica.

Va de suyo que la elección de los gobernantes por la multitud a la que se refiere el Papa —procedimiento que siempre dejó a salvo como posible el Magisterio de la Iglesia— no lo es bajo el modo aberrante del sufragio universal que predica y practica la democracia, sino bajo ciertas condiciones determinantes que oportunamente enumeró Santo Tomás, verbigracia, en su Comentario a la Política de Aristóteles [III,1,14]. Y para que dicha elección eventual de los gobernantes por la multitud quede aún más distante del error democrático, bien agrega el Santo Padre que la tal elección no delega poder sino que simplemente designa. Es decir que el texto pontificio invocado para probar mi “sofisma” sólo prueba el de Beccar Varela. Pues evidencia, con la mejor Tradición en la materia,que la elección del gobernante por el sufragio universal y la convicción de que tal elección confiere o delega poder al gobernante —dogmas ambos de la democracia— son incompatibles con la Verdad.

Va de suyo, asimismo, que cuando califico de perversa a la democracia —siguiendo en esto un fecundísimo magisterio contrarrevolucionario que Beccar Varela insiste en desconocer— no lo hago prima facie porque se proponga en ella la elección de los gobernantes, sino por la aberración ineludible que la sustantiviza al subvertir el Orden de la Ciudad Católica por el desorden de la Ciudad Secular. Este drama teológico de toda democracia conocida, parece importarle nada al católico Beccar Varela. Las causas más hondas, más relevantes y metafísicas que tornan inicuo al sistema democrático, le son tan incomprensibles e indiferentes como a los pastores progresistas que la han sacralizado. Ha llegado presuroso a la corrección política y está en buena compañía junto a los patriarcas de la autodenominada “iglesia conciliar”.

VII.- Sólo en el magín de Beccar Varela existe hoy una democracia reconciliable con la recta doctrina católica. La que existe, aquella en la cual él desea insertarse —participando e instando a otros a que legitimen con su protagonismo tamaño desafuero— es la que él mismo llama con propiedad “su expresión liberal o marxista por cuanto ambas niegan que la autoridad venga de Dios y la colocan en el pueblo”. La que existe, y en cuyo juego ideológico no trepida en involucrarse, manifiesta expresamente su hostilidad por el Orden Natural y el Sobrenatural. La que existe, en suma, agrega un plus a su connatural perversión, que no debería pasar inadvertido para un argentino de honor: es el fruto opimo de la derrota de Malvinas, tal como ha sido expresamente reconocido por David Steel, Ministro del Foreign Office, en 1985, y por la mismísima Margaret Thatcher después, en 1994.

Si hay aquí un yerro fiero, no lo he cometido yo, sino quien aún no ha advertido con los maestros de la catolicidad perenne, que la enfermedad política es la democracia. Y lo que es más grave, quien no ha querido tomar debida nota —con temor y temblor— de las condenas irrecusables que pesan contra los católicos liberales.

VIII.- No conforme con la acusación de sofista, Beccar Varela ensaya una segunda embestida. Sería mi propuesta (la contenida en las notas que aspira a objetar) “una retórica que se convierte en divagación”, una “sorprendente ilusión”, “una quimera”.

Para llegar a tal conclusión, primero ha recortado de mi escrito apenas un par de líneas. Después las ha desechado a partir de su apriori apodíctico, según el cual, el único camino posible en política es participar “bajo las reglas constitucionales republicanas”, considerando “la política con un objetivo electoral”, y eligiendo “las vías que marca la Constitución”. Esa Constitución que también es hija de otra derrota nacional, la de Caseros; que compendia en su espíritu y en su letra el sinfín de extravíos iuspositivistas que la Cátedra de Pedro, León XIII mediante, condenara bajo el nombre de Derecho Nuevo en la Inmortale Dei; esa Constitución que en su actual artículo 37 consagra el principio de “la soberanía popular”, propio de liberales y de marxistas, según acaba de reconocerlo el mismo Beccar Varela.

¿Se da cuenta este hombre de la flagrante incoherencia en la que incurre? ¿Ha tomado conciencia de que el principio de identidad queda roto, si reprobamos y aceptamos a la vez la soberanía del pueblo? ¿No ha tenido aún la posibilidad de advertir el riesgo moral que se sigue de proclamarse católico y cohonestar en el terreno político, lo que la Iglesia tajantemente ha tenido siempre por reprobable y nocivo? ¿Por qué, disponiendo de otra doctrina y de otra praxis consecuente, hemos de estar fatalmente conminados los católicos a proseguir las vías electoralistas y constitucionales trazadas por los ideólogos del liberalismo y del marxismo? Nunca llegan las respuestas sensatas a estos interrogantes vitales.

IX.- Pero es curioso el razonamiento de Beccar Varela. Proponer como propongo —en la imperfecta síntesis de la nota objetada— que nos corresponde: a) luchar perseverantemente por el Bien Común Completo: “el bienestar social, ordenado a la virtud de los ciudadanos, sin perder de vista la salvación”; b) adquirir por este servicio activo al Bien Común “una autoridad espiritual” que pudiera llegar a ser superior incluso “a cualquier poder temporal”; c) ejercitar la conducta apostólica y testimonial “repudiando explícitamente los poderes constituidos y obrando en contra de ellos”; d) formar “una hermandad de combatientes” dispuestos a la resistencia y a la reconquista, a imitación, por ejemplo de los héroes vandeanos. Proponer,digo, estos ideales y estas iniciativas le resultan divagación ilusoria y quimérica a Béccar Varela. El supremo realismo, en cambio, la gran cordura, la señal inequívoca de que hemos abandonado la ensoñación y la retórica, es votar a Macri el domingo 24 de junio, y trabajar después dentro de la democracia masónica para que algún guarismo electoral nos salpique y bendiga. Contemplar la realidad en su fiera crudeza, procurar el rescate del buen trigo posible ante la infección de la cizaña, llamar a las cosas por sus nombres, y suplir el poder que no se tiene por el testimonio operante y vivo, le semejan a Beccar Varela espejismos románticos. El extremo verismo consistiría en autopostularse para la presidencia de la Nación.

X.- Mi propuesta de recuperación del sentido católico de la política; de la rehabilitación de las formas de representatividad, legitimidad y participación tradicionalmente enseñadas antes de la hecatombe del Modernismo; de la intransigencia frente a todas las formas del error; de repudio a los principios, a los mecanismos y a los objetivos del Régimen, y del combate integral y sin tregua contra los enemigos de Dios y de la Patria, hasta no reservarnos nada para sí, le parece a Beccar Varela que “paraliza a los buenos patriotas” e “implicaría franquearles a los liberales y marxistas el único camino legal para llegar al poder y cerrárselo a los católicos y a las personas de bien”. La mar de la movilización y del buen combate contra la tiranía, en cambio, es hacerlos concurrir a las urnas, aprobar dócilmente el examen anual de educación democrática, domeñarlos en un partidito político, volverlos sumisos a la soberanía del pueblo, contestes al despotismo del sufragio universal, contemporizadores sufragantes del mito inicuo de la soberanía del pueblo.

Las puertas del poder nos están cerradas “a los católicos y a las personas de bien” y ampliamente “franqueadas a liberales y marxistas”, no por rechazar la democracia como “el único camino legal”, sino precisamente por aceptarla como conditio sine qua non. Y si las puertas del poder se nos ofrecen clausas —fenómeno que reclama una explicación más honda, al modo de la ensayada por Federico Mihura Seeber— no se llegará al mismo rindiéndose ante los mecanismos y los postulados que aseguran su maldita vigencia, sino enfrentándolos con inteligencia y bizarría, o sucumbiendo heroicamente en la embestida. Pero la plena inteligibilidad de esta peripecia reclama el estadio religioso que mentara Kierkegaard, distante del voluntarismo eticista en que se encuentra sumido Beccar Varela.

XI.- Otra curiosidad que no debe pasar inadvertida es el rechazo de Beccar Varela a la sencillísima y ya probada alternativa que traigo a colación en mi nota, según la cual, a los católicos con vocación y aptitudes políticas, les es legítimo y recomendable trabajar en los cuerpos intermedios, como un medio eficaz de coadyuvar al bien común, partiendo de singularidades concretas y accesibles. Existe al respecto un vastísimo corpus doctrinal del Magisterio de la Iglesia, que oportunamente resumiera Michel Creuzet en su clásico Los cuerpos intermedios. Es precisamente en este punto en el que aquel Régimen Mixto que concibiera Santo Tomás, pudiera tal vez desplegar su constitutivo democrático sin mengua de la legitimidad del conjunto. Es precisamente en este punto, reiteramos, donde podría caber una noción de democracia orgánica, vertebrada en el institucionalismo natural cuya causalidad material la conforman las corporaciones. Pero, paradójicamente,el demócrata Beccar Varela, se muestra reticente y reacio a cualquier ensayo de sindicalismo católico. La contaminación accidental del ambiente gremial sería óbice para esta retracción. La perversión substancial de la democracia y del sistema partidocrático, en cambio, no le ocasiona sobresaltos a sus ansias de participación política.

XII.- Finalmente, Cosme Beccar Varela, después de desdeñar la misión regeneradora que han cumplido y cumplen en las sociedades las grandes autoridades espirituales, rindiéndose al criterio inmanentista de la conquista del poder temporal como única solución, subestima al rango estético de una “bella frase” la gran lección de Bonchamps, quien “al despedirse de los suyos para ponerse al frente de los vandeanos [pidió] que Dios nos arme de valor para estar dispuestos a sacrificar irrevocablemente todo a cambio de la fidelidad a la Fe y a la consumida patria”.

La enseñanza arquetípica de este gran caudillo de la Cristiandad —que no es otra que la de la guerra justa— le parece además impropia a Beccar Varela, pues “Bonchamps estaba con las armas en la mano luchando contra la Revolución Francesa con alguna posiblidad de derrotarla. No sería nuestro caso, si siguiéramos la exhortación del Profesor”.

Las ya mentadas curiosidad y extrañeza, que al responder tantos desatinos he dejado registradas, vuelven ahora por sus fueros con desconcierto múltiple. Quien exhorta a las cruzadas y es por eso acusado de divagador, de retórico y de iluso, inhibiría la lucha armada y la “posibilidad de derrotar a la Revolución”. Quien se apresta mansamente a depositar su boleta electoral en los próximos comicios, sería nuestro gran movilizador del patriotismo y de las gestas nacionales. Quien ha sido acusado de propender salidas bélicas —hasta el límite mismo de lo que la ley positiva juzga hoy “delito”— haría las veces de un tullido en la gran carrera del patriotismo lanzado a la conquista del poder. El novel elector macrista, en cambio, sería nuestro motor de victorias.

No; no es sólo una bella frase la de Bonchamps, sino y por lo mismo que bella, concurrente con la Verdad y el Bien. No; tampoco fue proferida porque tuviera las armas en la mano o la seguridad del triunfo terreno, que acabó siéndole esquivo. Fue pronunciada —como lo hicieron tantos en la historia del Buen Combate y del Martirologio— porque el vandeano no tenía una concepción democrática de la política, sino como ha dicho Gueydan de Roussel, un talante agonal, testimonial, metafísico y apostólico. En tales hombres, la impaciencia de eternidad está por encima de los calendarios electorales, y el derramamiento de la propia sangre por Cristo Rey es su mejor empresa.

XIII.- Dios sabrá cuál es mi contribución a la movilización o a la parálisis de los buenos patriotas. Nada tengo que ofrecer en el orden de los bienes prácticos, estructurales, físicos o terrenos. Ningún aparato político presido o me secunda, ninguna campaña presidencial me aguarda, ningún partido cuenta con mi alistamiento ni con mi sufragio. Ni siquiera dispongo de un bufete jurídico desde el que fatigar el ocio, a buen resguardo de domésticos trasiegos. El Régimen es un enemigo que se cobra caro la osadía de no servirlo.

No sé tampoco cuál podría ser la cooperación a la restauración nacional pendiente que me pueda estar reservada o exigida en estas horas aciagas, no siendo mi oficio el de las armas ni teniendo el honor de vestir uniforme. Pero sé que las Cruzadas tuvieron no sólo guerreros sino predicadores; primero sustentadores doctrinales y después jinetes vigorosos. Sé que en la gloriosa Cristiada hubo un maestro como Anacleto González Flores, hoy beato. Un profesor apenas, viviendo con lo puesto que nunca fue abundante, y enseñando con su vida, con su obra y con su sangre, que el único plebiscito redentor de la patria cautiva es el de los héroes y los santos. Sé, al fin, sin más elipsis, que tras las huellas de los mejores caídos en el ruedo, y en compañía de los irreductibles, conviene siempre elegir el camino de testimoniar la Verdad en soledad, no el de inducir a los argentinos católicos a votar por un repugnante meteco.

XIV.- No habrá nuevas respuestas a Cosme Beccar Varela. No habrá segundas o terceras partes de este alegato. Por igual nos asiste el derecho de escoger a quiénes juzgamos interlocutores válidos. Por eso, y ya al cierre de estas líneas, reitero que no están dirigidas a él sino a las víctimas de su liberalismo. Pero cada vez que su confusión se enseñoree, será justo y conveniente proporcionarle a los damnificados los debidos antídotos.

Si alguien tiene trato personal con él —que no ha sido hasta hoy mi caso— tal vez quiera acercarle el consejo de que elija otro opugnador para probar sus heterodoxas hipótesis. Porque salvando las diferencias me aplico lo de Marechal, sin sombras de alarde personal pero con la mirada puesta en la custodia de la recta doctrina: “yo estoy en esta cólera del verbo. Hay en mi corazón una granada sin abrir todavía”.

Antonio Caponnetto

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