viernes, 22 de junio de 2007

El llanto de las ruinas


A CINCUENTA Y DOS AÑOS

DE LA QUEMA DE LAS IGLESIAS

Se han cumplido cincuenta y dos años de aquella noche en la que la Ciudad de Buenos Aires fue sacudida por la furia incendiaria y sacrílega del régimen entonces imperante que dejó, tras de sí, la profanación, el incendio y el saqueo de varios templos católicos.

A nadie le ha parecido oportuno, ni menos necesario, algún testimonio de memoria, algún acto de expiación. Las autoridades eclesiásticas de la Arquidiócesis de Buenos Aires no juzgaron, como un deber de piedad, abrir durante toda la noche, los templos profanados, exponer el Santísimo y convocar a los fieles a vigilias de oración, de expiación y de perdón.

Tantos celosos defensores de tantas “memorias” tampoco se sintieron obligados a recordar aquellos incendios. Ningún organismo de derechos humanos. Ni el Instituto contra la Discriminación, el odio religioso, racial y la xenofobia. Ni la Secretaría de Derechos Humanos. El módico personajillo al que llaman presidente de la nación creyó su deber pedir perdón, “en nombre del Estado” (!!!), por los bombardeos sobre la Plaza de Mayo (aquel mismo 16 de junio del ´55), a un grupo de familiares de las víctimas. Pero ¿acaso el Estado bombardeó la plaza?

Sin embargo, algo es seguro: el Estado incendió las iglesias; y, para más datos, un Estado cuyo titular de antaño pertenece al mismo partido político que el de hogaño. ¿No hay que pedir perdón por eso —no digo a Dios, que es mucha pretensión— pero, al menos, a los ciudadanos católicos?

Para cierto General —cuyas actitudes dan vergüenza ajena— el 16 de junio se reduce al recuerdo de nueve granaderos que murieron en defensa del orden constitucional. ¿El Perón de 1955 era el orden constitucional?

Y supuesto que sí, dicho orden está por encima del Orden Sobrenatural ofendido por el mismo Perón?

Desde cierta “izquierda católica” se dijo que “en un catolicismo desinstitucionalizado” a nadie le importa mucho que hoy se ataque a un obispo (en alusión a Monseñor Baseotto) ni es el caso de traer memorias sesgadas. “Pesa más el silencio que se hace sobre los mártires de la última dictadura militar —cristianos, sacerdotes, religiosas, obispos— que los pequeños problemas de rutina en la relación con el Estado” (Fortunato Mallimaci, Memorias en un catolicismo desinstitucionalizado, Revista “Criterio”, año 78, nº 2305, junio de 2005).

El infortunado Fortunato considera que la persecución religiosa desatada por el peronismo, con decenas de sacerdotes y de militantes católicos encarcelados, vejados y torturados, un sacerdote muerto y más de diez iglesias profanadas es sólo “un pequeño problema de rutina en las relaciones con el Estado”.

Es la primera vez en mi vida —que ya va siendo larga— que oigo a alguien decir que profanar sagrarios desde el Estado es un pequeño problema de rutina. ¿Qué Estado conoce Fortunato en cuyas rutinas figure saquear iglesias? ¿Tal vez el que él sueña instaurar en Argentina?

Pero en medio de este desierto, algo bueno ocurrió. Un grupo pequeño de católicos argentinos, convocados por Cabildo, nos congregamos en la fría, lluviosa y destemplada noche del jueves 16 de junio, en la esquina de Bartolomé Mitre y Esmeralda donde, tras un vallado, la vieja iglesia de San Miguel Arcángel —uno de los templos profanados— aguarda que alguna migaja del presupuesto nacional restaure sus venerables muros. Allí, tras leerse el minucioso inventario de los desmanes cometidos en ese templo, se rezó el primer misterio gozoso del Rosario.

Se vivó a Cristo Rey, a María Reina y a la Patria. Uno de los jóvenes asistentes tomó una humilde cruz de madera. Nos colocamos procesionalmente detrás, y el exiguo arroyuelo humano que formábamos se puso en marcha. Próxima estación: Alsina y Piedras, iglesia de San Juan Bautista. Segundo misterio gozoso.

De nuevo, la marcha. Seguía lloviendo. Tercera estación: Belgrano y Defensa. Convento de Santo Domingo. Tercer misterio gozoso. La lluvia arreciaba.

El pequeño arroyuelo seguía su camino. Los escasos transeúntes, que intentaban protegerse de la lluvia, miraban con extrañeza a este grupo, medio fantasmal, pero cuya voz fuerte hendía, con antiguos cantos, la noche que ya se adueñaba de la Ciudad pecadora: Cristo Jesús, en Ti la Patria espera… Dios de los corazones, sublime Redentor…

Cuarta estación: San Francisco, Alsina y Defensa. Cuarto misterio gozoso.

Quinta estación, Alsina y Bolívar, San Ignacio. Quinto misterio gozoso. La lluvia, implacable. La oscuridad, señora ya de las estrechas calles.

Sexta estación: Reconquista y ex Cangallo. Primer Misterio Doloroso.

Última estación: Catedral de Buenos Aires. Segundo Misterio Doloroso. Acción de gracias. Despedida. Llovía mucho. Por fuera y por dentro del alma.

Fue un maravilloso periplo por siete de las iglesias profanadas. Fue una gracia de Dios haber podido ser parte pequeña de esa pequeña grey. No mérito nuestro. No nos confundamos. Estuvimos allí porque Dios quiso. Al pie de la Cruz. Como María y Juan. Stabat Mater dolorosa iuxta crucem… Al pie de la Cruz, en “soledad sin colores”. Y este pensamiento enjugó más de una lágrima viril que, junto con la lluvia (no dejaba de llover), mojó la noche porteña.

Mario Caponnetto

Nota: Este artículo ha sido tomado de la Revista “Cabildo” nº 48, del mes de julio de 2005.

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